Cuarto concierto de la temporada de la Orquesta Filarmónica de Málaga.
No dejan de sorprender los problemas que siguen planteando a las orquestas algunas partituras que se suponen integradas en el repertorio básico, como es el Concierto para chelo de Dvořák. Y sin embargo en ninguno de los tutti del primer tiempo se pudo decir que la orquesta ofreciera un sonido adecuadamente construido, lo que exige que las secciones de cuerda posean mucha más presencia y mordiente para que este cuerpo principal sostenga a los metales. El resultado fue que la exposición del primer motivo careció de la imprescindible sensación de crecimiento y que las intervenciones de las trompetas (nada afortunadas) sonaron despegadas de la orquesta, prácticamente como una cacofonía aislada. Diemecke manejó mucho mejor los pasajes de instrumental reducido, aunque las maderas tendieron a tocar siempre en forte: como resultado de esto, determinados detalles que están destinados sólo a colorear acabaron por ocultar una entorno sin el cual además carecieron de sentido. En cuanto a la solista, Vassilieva demostró ser capaz de tocar todas las notas, pero en algunos casos con un tono demasiado débil. Faltó el sonido vibrante y heroico del primer tiempo y en general se percibía la facilidad con la que incluso secciones menores de la orquesta la engullían. Una interpretación de la que sólo se podrían destacar los momentos más líricos (Adagio). La orquesta fue mejorando a lo largo del Finale.
Mejora que se concretó en la segunda parte, con un nuevo Bruckner más que solvente (como la Séptima del pasado mes de junio). Sin llegar a ser ninguna maravilla, las cuerdas tocaron con más intensidad y hubo pasajes muy expresivos, como los violines en la reexposición del primer tiempo o los chelos en el tiempo lento. Los tutti sonaron con la potencia que se presupone en los metales brucknerianos pero sin dar esa impresión de charanga que se percibió en la primera parte: por ejemplo en la exposición inicial o la titánica coda con que concluye la obra. Las maderas exhibieron dinámicas más variadas y las trompas superaron la difícil prueba que supone esta Sinfonía. Diemecke optó por tempi amplios pero enriquecidos con un uso personal del rubato, a veces un poco exhibicionista (Finale), pero que se agradece para escapar de la rutina. Vibrante el Scherzo, página que según algunas opiniones agradecía los cortes que se le practicaban en tiempos pasados. Una interpretación que ante todo dio la impresión de haber sido planificada con seriedad hacia su imponente conclusión.