El hecho de que no exista otra grabación oficial de "Le Cid" nos recuerda que esta obra nunca ha conseguido establecerse en el repertorio. La ópera tiene en efecto sus puntos débiles, como el acartonado primer Acto (excepto por la exaltación de la espada) y el interminable ballet del segundo. Sin embargo la inspiración de Massenet se eleva apreciablemente desde la escena en que Jimena exige la vida de Rodrigo. El drama prescinde de los elementos accesorios y se centra en ambos personajes principales. La escritura para tenor y soprano destaca por la nobleza y amplitud de las melodías, de fuerte carga dramática y cierta grandeza asociada a los gustos del pasado Segundo Imperio, aunque no deja de ser cierto que el estilo sofisticado del autor se adapta menos fácilmente al género épico que a los dramas burgueses. Tampoco el atractivo del personaje de Rodrigo ha servido para impulsar las representaciones de "Le Cid", con excepción del período en que Plácido Domingo lo ha tenido en repertorio. Estrenado por Jean de Reszke, el papel estaba hecho a medida de la mítica elegancia del tenor polaco, particularmente efectiva en el fraseo de tono épico en la zona central. Aquí debía de residir su fortaleza desde el punto de vista vocal, teniendo en cuenta sus orígenes baritonales. Es ésta la primera de las coincidencias con el tenor español, quien en cierta forma está ocupando el papel de R. como cantante símbolo de toda una época (en el caso de la nuestra, con todas las connotaciones negativas que ello supone). Cuando grabó "Le Cid", durante unas exitosas representaciones de la misma en el Carnegie Hall, Domingo se encontraba al comienzo de su odisea como tenor absoluto: el debut como Otello se había producido en 1975. Los efectos de esta conversión ya se dejaban escuchar entonces. El timbre sigue siendo privilegiado por morbidez, anchura y colorido de la zona media, pero la emisión presenta elementos más que dudosos. "Je le jure!", son las primeras palabras de Rodrigo: apenas inteligibles en un Domingo absurdamente empeñado en engrosar y oscurecer su voz para sonar más supuestamente heroico a cualquier precio. Aparte de la dicción defectuosa, el sonido es opaco y se percibe "bajo" de posición, atrapado en la parte anterior de la boca. Es un pequeño detalle, pero significativo. En la exaltante "O noble lame étincelante" D. convence en general por el personal brío de su fraseo, pero carece de la distinción de un Thill en su famoso registro eléctrico. Por otro lado, los caracoleos ("Mais sois de flamme et prends des ailes ") en la zona aguda carecen del squillo heroico que demanda sin duda la situación (la línea vocal es doblada precisamente por la trompeta) porque tienden a abrirse, al igual que los la3 de "Pour l'Espagne". En la espléndida sección intermedia tampoco alcanza el recogimiento del tenor francés, aunque sí incorpora una plausible media voz ("Ange ou femme") y en la gran frase "Tu ne saurais jamais conduire, Qu'aux chemins glorieux ou qu'aux, sentiers bénis!" parece que tuviera la boca llena de algodón (Thill, que siempre ha sido considerado un tenor corto, la supera sin despeinarse). Es la emisión en la franja superior por tanto, incluso en este caso, lo más problemático en la actuación del cantante. Domingo ha asegurado su longevidad vocal no sólo gracias a la sobrehumana resistencia de su naturaleza, sino también mediante la férrea cobertura en el pasaje. Cobertura que sin embargo no iba asociada al clásico aligeramiento de la emisión en esta zona que permite que el mismo se recoja y gire hacia los resonadores superiores, sino que consistía más bien en un estiramiento del registro de pecho sostenido básicamente mediante el esfuerzo. Privado también de un sostén regular del aire, Domingo conseguía colocar algunas notas densas e incluso brillantes - siempre mediante violentas contracciones de la garganta - pero por lo general el sonido era duro y estridente al no enmascararse con corrección y por encima del la agudo era habitual que se abriera o quedara atrapado en algún punto entre la gola y la nariz. En definitiva, una extraña convalidación del squillo del verdadero tenor dramático. Aun los agudos de "O souverain, ô juge, ô père", cómodamente situados, le plantean dificultades y ha de recurrir en dos ocasiones a un portamento con arrastre ("ô père-Ta seule image "). Sin embargo el retorno de "O noble lame étincelante" (a guisa de cabaletta) resulta electrizante por la amplitud y vigor de la acentuación y culmina su inflamada "Paraissez Navarrais, Maures et Castillans!" con un sonoro y firme la agudo. Su mejor momento se encuentra en el dúo con Jimena, cuya tesitura favorece el despliegue de su voz en la zona media, donde el timbre es espléndido y aun se permite buenas modulaciones dentro de un canto insinuante y amoroso (algo que viene a recordar dónde residía en realidad la fortaleza de este tenor). Sólo sobra el llamativo falsete con que concluye la página. En resumen, la clásica interpretación dominguiana basada ante todo en el atractivo del timbre y la seductora personalidad, convincente pese a presentar al típico personaje juvenil y desmelenado, un poco irreflexivo, que es la base de todas sus creaciones.
Por su parte Grace Bumbry también se embarcaba entonces en algunas veleidades de repertorio al afrontar papeles de soprano que no le convenían enteramente. El de Jimena sin embargo fue un excurso exitoso, dado que se trata de una soprano en la cual se percibe el progresivo oscurecimiento que afectó a las voces dramáticas a finales del S. XIX. Salvo por un par de notas extremas donde el sonido se estrecha notablemente (al concluir el dúo con Rodrigo y en el final de la ópera) el registro agudo se muestra amplio y timbradísimo. Su escena del tercer Acto es posiblemente el pico artístico de la noche, tanto por la sobriedad del recitativo como por la dulzura de la mezzavoce en "Pleurez! pleurez mes yeux!". Siempre una artista temperamental, vuelve a estar magnífica en el dúo del tercer Acto. El riquísimo timbre de mezzo de la Bumbry, vibrante y lleno de sombreados, retrata una Jimena de una enorme sensualidad que contrasta con la doliente expresión de su canto.
El resto del reparto está encabezado por un marmóreo Plishka, con su acostumbrada emisión opaca pero robusta. El esfuerzo de Eve Queler por poner en pie la lujosa orquestación y frasear con vigor es muy disfrutable.
Esta grabación de "Le Cid" se puede disfrutar en el blog "Sic transit opera mundi".
Por su parte Grace Bumbry también se embarcaba entonces en algunas veleidades de repertorio al afrontar papeles de soprano que no le convenían enteramente. El de Jimena sin embargo fue un excurso exitoso, dado que se trata de una soprano en la cual se percibe el progresivo oscurecimiento que afectó a las voces dramáticas a finales del S. XIX. Salvo por un par de notas extremas donde el sonido se estrecha notablemente (al concluir el dúo con Rodrigo y en el final de la ópera) el registro agudo se muestra amplio y timbradísimo. Su escena del tercer Acto es posiblemente el pico artístico de la noche, tanto por la sobriedad del recitativo como por la dulzura de la mezzavoce en "Pleurez! pleurez mes yeux!". Siempre una artista temperamental, vuelve a estar magnífica en el dúo del tercer Acto. El riquísimo timbre de mezzo de la Bumbry, vibrante y lleno de sombreados, retrata una Jimena de una enorme sensualidad que contrasta con la doliente expresión de su canto.
El resto del reparto está encabezado por un marmóreo Plishka, con su acostumbrada emisión opaca pero robusta. El esfuerzo de Eve Queler por poner en pie la lujosa orquestación y frasear con vigor es muy disfrutable.
Esta grabación de "Le Cid" se puede disfrutar en el blog "Sic transit opera mundi".