Para no cometer una injusticia (y de paso ahorrarle algo de trabajo al Sr. Quint) se ha de reconocer que este caso es una excepción dentro de la presente serie. Al contrario que los señores que nos han visitado hasta ahora, Kathleen Battle cantaba como debe cantar un profesional. Su formación musical era intachable, algo común a toda una generación de cantantes norteamericanos que se afirmó durante los años 80 (Chris Merritt, June Anderson, Frederica von Stade, Lella Cuberli o Samuel Ramey) Battle tenía también una voz razonablemente bien emitida, sabía cantar legato y su dicción era buena en varios idiomas. El principal problema se refería tanto a la cantidad como a la calidad de su voz. Es famosa la anécdota en la que una cantante retirada del MET comentaba que valía menos que un eructo de Marilyn Horne. No se puede negar que el timbre al menos tenía un color agradable: una vaporosa y dulce vocecita de soubrette, monótonamente igual y empalagosa en toda la tesitura. Al margen de las características propias de este tipo de soprano, la extensión era limitada y casi sonaba como un chillido (strillo) por encima del do agudo (como se aprecia en los vídeos, tenía que buscar espacio en la boca enseñando cómicamente los dientes y su mandíbula se descontrolaba). Pero en realidad lo que siempre ha producido más hilaridad es que había algo indescriptiblemente cursi en esa voz pequeñita, fina e aniñada. Ms. Battle se tomaba a sí misma y a su voz demasiado en serio, cayendo continuamente en una afectación que bordeaba el ridículo. No bastándole los papeles de soubrette (Zerlina, Despina) se presentó como soprano lírica de coloratura, donde su fraseo resultaba aun más risible. Además, aparte de la calidad del registro agudo, su coloratura no era precisamente exacta y el fiato no muy amplio. Con ella, Adina y Rosina eran más heroínas de musical que de melodrama del Diecinueve. Absurdo. Lo peor llega, sin embargo, cuando además de escucharla, uno tiene que verla actuar con su pose de diva y su gesticulación amanerada. Ni siquiera el hecho de que fuera agraciada ayuda un poco.
Battle a pesar de todo desarrolló una importantísima carrera documentada extensamente por las discográficas, quienes incluso hicieron de ella una estrella. Pasó, y sigue pasando, como un modelo de soprano de agilidad para el público del MET, siempre dispuesto a aplaudir el producto bien presentado y a no aprender absolutamente nada de los grandes cantantes que han pasado por ese teatro.
Sin embargo, todo se acabó en 1994 cuando se peleó con su amigo Jimmy Levine y fue vetada por la dirección del MET, desapareciendo de la escena internacional. La diva, a pesar de su voz acaramelada e infantil, era famosa por su insoportable temperamento y su agresividad hacia los demás. Una vez más habría que recordar otro famoso chascarrillo sobre las soubrettes y las víboras.
Battle a pesar de todo desarrolló una importantísima carrera documentada extensamente por las discográficas, quienes incluso hicieron de ella una estrella. Pasó, y sigue pasando, como un modelo de soprano de agilidad para el público del MET, siempre dispuesto a aplaudir el producto bien presentado y a no aprender absolutamente nada de los grandes cantantes que han pasado por ese teatro.
Sin embargo, todo se acabó en 1994 cuando se peleó con su amigo Jimmy Levine y fue vetada por la dirección del MET, desapareciendo de la escena internacional. La diva, a pesar de su voz acaramelada e infantil, era famosa por su insoportable temperamento y su agresividad hacia los demás. Una vez más habría que recordar otro famoso chascarrillo sobre las soubrettes y las víboras.
12 comentarios:
Una de mis fobias irracionales. La detesto ampliamente. Lo único suyo que sigo viendo de vez en cuando es el DVD de Ariadne auf Naxos, y por Jessye Norman y Tatiana Troyanos. Pero ella, tan cursiiiiiiiiiiiiii, ufff
encontre estas ancdotas sobre Kathleen, muy ilustrativas por cierto....
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Entre sus muchas anécdotas, se cuenta que una noche llamó indignadísima al director de la Boston Symphony Orchestra para quejarse porque en la cena del hotel le habían puesto guisantes en la pasta.
Otro día, mientras viajaba en limusina, llamó por su teléfono portátil a su agente en Nueva York, que a su vez llamó a la compañía de limusinas, que se puso en contacto con el conductor para decirle que bajara el aire acondicionado (dignarse a hablar con el chófer era rebajarse demasiado para ella).
El año pasado, también en Nueva York, se hizo famosa su competición particular con Luciano Pavarotti por ver quién llegaba el último a la sesión de maquillaje (ambos se detestan).
La penúltima está fechada en San Francisco: el personal del Teatro de la Opera, después de tenerla un par de semanas como estrella invitada, repartió entre los espectadores camisetas con el eslogan: «He sobrevivido a la Batalla».
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Slds
PABLO (Argentina)
UNA SOUBRETTE CON CABEZA DE TENOR
Quizá el título escogido es un pelín injusto, porque Kathleen Battle, a diferencia de algunas de las "teste di tenore" más conocidas del siglo pasado, fue un músico. La pringosa y desquiciante expresividad que hizo tan suya (si alguna vez ha habido cantantes de ópera "iguales a sí mismos" en el peor sentido, sin duda Battle está entre ellos) la hizo reconocible (y repelente) casi al instante, pero detrás de ello había una gran preparación y una inteligencia musical nada desdeñable. Fue por un momento el juguetito nuevo de Karajan y después la joya de la corona del MET, pero su problema fue una megalomania desorbitada y enfermiza (en cómico y casi grotesco contraste con la americanísima imagen de niña buena que quería dar de sí misma) que la enemistó con el MET y con casi todo el mundo de la ópera tras ser despedida del coliseo neoyorkino durante unos tumultuosos ensayos de La Fille du Régiment en 1994.
De las muchas anécdotas que se cuentan de la Battle, hay dos que me gustan especialmente. La primera, su prohibición de que el coro presenciara sus ensayos, porque "me miran a la boca". Es que no me extraña. El día que se me rompió definitivamente la Battle fue cuando la vi en vídeo haciendo la cavatina de Linda en una gala del MET. Hacía unas cosas tan graciosas e inenarrables con la boca, que no la podía dejar de mirar. La segunda, esa gran mujer llamada Carol Vaness, que al término de una gira le dijo a la Battle delante de James Levine que había dado instrucciones a su agente para no volver a cantar con ella. Muy directa, la Vaness.
Sin embargo, tras todo ello nos queda una discografía de cierto interés, con una Semele y un Oscar de obligado conocimiento y unas interesantes Zerlina, Zerbinetta y Elvira de Italiana. Además, en la discografía en vivo, fue una encantadora Sophie en el electrizante encuentro entre Kraus y Créspin en el Werther neoyorkino de 1979.
Lo bueno de una cantante tan previsible como la Battle es que no se lamenta "lo que podía haber sido" de no haberse truncado de aquella forma su carrera operística, pues con ella siempre quedó la desoladora sensación de que todo lo que podía haber sido, ya lo fue.
Conciso y ecuánime (peligrosa palabra) como siempre.
Le recuerdo que me debe un Masini ;-)
Saludos
He disfrutado mucho este blog; la comparación de Wolframs me pareció sensacional, y sinceramente me siento muy, pero muy confundido, revisando la historia de "los peores", encontrarme a dos mitos wagnerianos. Extrañamente parece que los wagnerianos (salvo las GRANDES excepciones) son mal vistos, como si jugaran con otras reglas: Vinay, Suthaus, Lorenz, Wenkoff; windgassen... tantos son polémicos) Lo cual me trae a cuenta otra cosa: ¡Suba, por favor, los otros dos actos del tristan de heppner! Muchísimas gracias y muchísimas felicidades
MANCANTA
Lo sé.
¿Qué tal por NY?
Besos
A Tannhäuser: Gracias por los comentarios.
En los casos de Vinay y Adam la palabra mito tiene su significado estricto. Estos señores efectivamente jugaban con otras reglas: las del mal canto.
Lo siento mucho, pero de ese Tristán sólo me quedó registrado el Acto II.
Saludos.
Gino, una corrección, que puede ser pequeña pero que valga para lo anecdótico: Battle no se peleó con James Levine. Salió del MET despedida por Joseph Volpe, entonces General Manager de la compañía, quien aprovechó que Levine estaba de vacaciones para deshacerse de la Battle, quien ya venía siendo una piedra en el zapato. La gota que desbordó el vaso fue que en unos ensayos de La Fille du Regiment maltrató a la veterana Rosalind Elias (quien cantaba la parte de la Marquesa de Berkenfeld). Volpe no toleró la situación y le dijo: "You are fired".
Battle trató de usar su posición como protegé de Levine, pero a éste no le quedó otra opción que respetar la decisión de Volpe.
Pasando a cosas importantes, me parece una exageración poner a Battle en el apartado los peores. Con sus amaneramientos y todo, era una cantante talentosa.
Si es cierto que maltrató a la veterana Rosalind Elias, con las suelas desgastadas de tanto pisar el escenario de MET, confirma ue esta jóvena, ademas de imbécil, es una impresentable.
Por otra parte, si olvidamos a la poersona, me parece una excelente soprano.
En mi opinión Battle no está para ser incluida entre los "peores". Quizá el título más justo para esta serie de artículos sería: "Derribando mitos" o algo por el estilo.
Me quedo con lo del Señor Nautilus.
Creo que el papel que le quedó al dedillo fue el de Semele de Handel. No tenía que actuar nada, únicamente ser ella misma...
La verdad es que la Battle siempre tuvo un sonido rematadamente cursi. Oírla cantando Voces de primavera era un horror (al margen de que nunca me han gustado los valses de Strauss cantados), con aquellos ademanes empalagosos y fuera de lugar, esa pose, ese afán de sentirse encantadora y creer que transmitía su "encanto" al público. Vomitiva.
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