17/8/13

Audiciones (wagnerianas) intempestivas: "Die Walküre" con Georg Solti (II)

En el segundo Acto la dirección de Georg Solti alcanza sus mayores cotas de precisión, dinamismo y elocuencia. Se abre con un magnífico Preludio, de un dominio técnico absoluto, cuya fuerza telúrica nos sitúa de inmediato en el mundo belicoso del Walhalla. Aquí nos recibe un Wotan legendario, Hans Hotter, que por desgracia se encontraba en declive en 1965, pero más por razones técnicas que por la edad, como se percibe desde su primera arenga a Brunilda. La emisión en forte se ha tornado estentórea antes que timbrada y un molesto color ventrílocuo ha sustituido el nítido metal del pasado.  Como efecto colateral, la dicción, siempre dependiente de una buena emisión, acusa la famosa "patata en la boca". Una escucha atenta muestra que esto se debe al abandono de la cobertura del pasaje, donde abusa del registro central. Además, durante el dúo con Fricka el énfasis un poco anticuado de la declamación, unida a este timbre empobrecido, resulta un tanto fatigoso. Pese a las magníficas explosiones de la orquesta que sostienen sus lamentos de la Escena Segunda (“O heilige Schmach!”) Hotter no resulta eficaz en los mismos debido a la opacidad y dureza del sonido. Sin embargo el gran artista reaparece en los pasajes recogidos de su enorme Monólogo. El carácter de éste número se establece magistralmente en el breve diálogo previo entre padre e hija (“Lass’ ich verlauten”) reproducido sotto voce, como si en realidad no hubiese palabra hablada y todo estuviera en la mente de Wotan. Este mismo efecto, fascinante, obtiene Hotter durante gran parte del número mediante su media voz, característicamente velada, pero obtenida aplicando - esta vez sí - las buenas reglas vocales. Sobre esta base, la intención de cada palabra y los claroscuros completan una página de gran valor.

Por el contrario la plenitud – técnica y vocal - de Birgit Nilsson y Christa Ludwig era absoluta en este momento . La primera asombra en su entrada tanto por el entusiasmo y el brío del canto como por el squillo de este timbre que recorre toda la tesitura con la lucidez de una trompeta de plata. La emisión está perfectamente sostenida por el aliento como si fuera ligerísima: los does se tocan con una facilidad irrisoria. Uno se pregunta si realmente una cantante de esta categoría no podría haber intentado emitir los trinos escritos en la partitura (como sí hacía Frida Leider). Además del magisterio vocal, Nilsson demuestra ser una intérprete completa: basta escuchar su conmovida reflexión, a media voz, cerrando la segunda escena. Por su parte, Ludwig apenas deja que desear como Fricka, una partitura realmente compleja y en la que ella luce la dicción más nítida sin dejar de cantar nunca legato. Mayestática y beligerante al comienzo, cuando la música de Hunding establece el carácter del diálogo, a continuación comprende que es la pasión y sinceridad de su lamento ("O, was klag' ich   um Ehe und Eid") lo que hace realmente temible al personaje, y no convertirlo en una especie de matrona frígida. La voz, ya se sabe, está emitida de forma canónica y nunca deja de ser tersa aun en los pasajes de máxima intensidad. Sólo cabría haber esperado un poco más interiorización en su alegato final ("Deiner ew'gen Gattin  heilige Ehre beschirme heut' ihr Schild!").

Solti plantea la Tercera Escena con un dinamismo y una viveza dramática que nos devuelven sin dudas al mundo de los mortales: tanto el tempo base como las variaciones agógicas ponen siempre de relieve la interacción entre personajes de carne y hueso.  Atrapada en este torbellino, Crespin adquiere una estatura trágica (“Himweg! Himweg!”) con un canto en el que de nuevo destaca la amplitud de alientos. En este caso el extremo agudo se percibe un poco forzado en ciertas frases. Por supuesto la escena entre Brunilda y Siegmund posee la debida solemnidad, pero incluso aquí la concepción del director pone aun más de relieve el tumulto que producen los sentimientos humanos al irrumpir en la mente de la Valquiria. Nilsson, imponente al comienzo, se implica por completo en este planteamiento, otorgando al personaje un relieve emocional coherente con los actos que van romper para siempre el equilibrio del Walhalla. Menos convincente se muestra King, a quien la tesitura no conviene del todo (estamos ante el número más nítidamente baritonal del papel) y termina por forzar voz y acento al invocar a Hela. Mucho más centrado el monólogo “Zauberfest bezähmt ein Schlaf”, aunque de nuevo el instrumento carece de la profundidad que escritura y expresión reclaman. Gran momento de la orquesta interrumpiendo la ensoñación del Velsungo con las trompas de Hunding. En este punto, los efectos aplicados para reflejar las intervenciones de Brunilda y Wotan fuera de escena, obra de Culshaw, resultan un poco molestos. Soberbio cierre, con el inimitable “Geh” susurrado de Hotter y  el cortante epílogo de la orquesta que nos preparara para el cataclismo del tercer Acto.

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