El presente registro no sólo es la culminación del ciclo, sino una piedra miliar de la interpretación de Brahms. La Tercera Sinfonía es la más esquiva de la serie y su ambigüedad expresiva ha confundido a numerosos directores, incluyendo a Furtwängler (quien declaró no haberla comprendido hasta el final de su vida). Su progreso desde la luz hacia la sombra es un verdadero enigma que ha inducido a errores de planteamiento, tanto exagerando los contrastes como pretendiendo uniformizarlos. Libre de prejuicios y ajeno a cualquier intento de adaptar la música a subjetivismos, Giulini es fiel a la letra y de esta forma llega hasta el espíritu. Esto es particularmente cierto en el Allegro con brio. Más que en ningún otro caso en la serie, su dirección desprecia un timbre orquestal denso o resonante y sigue el ejemplo toscaniniano de una orquesta dominada por unos violines y maderas que alumbran la partitura con una luz cegadora. Los vientos exponen sin ampulosidades el tema introductorio (1), pero con un pequeño efecto de crescendo al final, acumulando así una energía que se libera con la entrada del tutti, de una fuerza arrasadora. Tutti compacto y poderoso, con una sección de cuerda que deslumbra por el slancio de unos violines insuperables, que frasean destacando los ángulos de la melodía (atención al ataque de 00:09) pero siempre cantando legato. A pesar del brillo incandescente que extrae de la melodía, Giulini consigue que se escuche con nitidez el bajo (el motivo la-fa-la). En la primera transición sobresalen las maderas, preparando así la entrada del segundo tema, donde los solistas tienen una prominencia aun más destacable (01:27). Los violines atacan con un brío electrizante (02:53) el tercer tema, iniciando a continuación un desarrollo que no sólo roba el aliento por su energía: todas las secciones tienen densidad pero distintas intensidades, creando una arquitectura admirable. No puede dejar de elogiarse la belleza romántica de la llamada de la trompa y profundidad de las voces graves que preparan el retorno de la idea principal. La ripresa incluso supera en grandeza y energía a la exposición. El comienzo de la coda es grandioso (08:06), sin necesidad del rallentando en los metales que aparece en otros casos: la sensación es de un impulso irresistible en los violines, con maderas galvanizadas, memorables. Tras un crescendo estremecedor, cuando parecía que la orquesta no podía desplegar más poderío, la música se remansa (8:50) como una llama que se estabiliza y pacifica con mágica facilidad. Aún hay tiempo de una última demostración de fuerza (09:58) pero ya serena, confiada, antes del cierre a media voz. Si esta Tercera es una cumbre, el Allegro con brio es su punto más inaccesible e imponente. Ni siquiera el propio Giulini repetirá el milagro décadas después con la Filarmónica de Viena.
La idea de los clarinetes que abre el Andante se enuncia con la habitual riqueza de matices y claroscuros que exhibe la familia de maderas de la Philharmonia. La sección central muestra un equilibrio camerístico entre cuerda y vientos, que susurran con el intervalo que genera todo el episodio con un sutil distanciamiento totalmente brahmsiano. Esta serenidad olímpica culmina en 6:26, cuando los violines desarrollan su amplia melodía, tantas veces exageradamente resaltada.
El Poco Allegretto arroja una sombra de incurable melancolía en una partitura hasta este momento optimista y exuberante. Giulini huye de cualquier tipo de énfasis, tanto en la exposición como en la emotiva e inolvidable ripresa a cargo de los violines: de nuevo la intimidad más profunda sólo es entrevista. El fraseo puede compararse por su ausencia de artificio y conmovedor legato al de los liederistas alemanes de los años treinta (Janssen, Schlusnus, Hüsch). Merece la pena atender a la ternura con que las cuerdas se entrelazan a media voz (00:53) o su extática veladura al detenerse en el pianissimo de 3:21. No menos poesía demuestran los pasajes de trompa, oboe y clarinete en la segunda parte.
El Allegro sorprende un poco por la moderación del tempo escogido, que además se mantiene constante, sin aceleraciones más o menos efectistas (al respecto, escúchese la entrada del motivo de 00:53 o el sobrecogedor desarrollo). Se consigue así reforzar la sensación obsesiva de esta música. De nuevo estamos ante un Brahms alejado de arrebatos o grandes gestos heroicos. Se trata de una lucha a nivel espiritual. Los ff de los metales (el primero en 02:15) exhiben una aspereza infrecuente en el ciclo: no se trata de simple volumen, sino de una cualidad expresiva buscada en los timbres. El aspecto tímbrico también es tratado con maestría en el desarrollo, con la dramática reaparición del intervalo escuchado en el Andante, esta vez saltando entre las voces graves y las agudas (el trabajo de los vientos es soberbio). En la coda (Un poco sostenuto) las maderas tienen nuevamente mucha prominencia (07:00), arrojando una luz trémula al principio, finalmente catártica (08:20) para que la Sinfonía pueda concluir reconciliándose con la trémula reminiscencia del primer movimiento.
La idea de los clarinetes que abre el Andante se enuncia con la habitual riqueza de matices y claroscuros que exhibe la familia de maderas de la Philharmonia. La sección central muestra un equilibrio camerístico entre cuerda y vientos, que susurran con el intervalo que genera todo el episodio con un sutil distanciamiento totalmente brahmsiano. Esta serenidad olímpica culmina en 6:26, cuando los violines desarrollan su amplia melodía, tantas veces exageradamente resaltada.
El Poco Allegretto arroja una sombra de incurable melancolía en una partitura hasta este momento optimista y exuberante. Giulini huye de cualquier tipo de énfasis, tanto en la exposición como en la emotiva e inolvidable ripresa a cargo de los violines: de nuevo la intimidad más profunda sólo es entrevista. El fraseo puede compararse por su ausencia de artificio y conmovedor legato al de los liederistas alemanes de los años treinta (Janssen, Schlusnus, Hüsch). Merece la pena atender a la ternura con que las cuerdas se entrelazan a media voz (00:53) o su extática veladura al detenerse en el pianissimo de 3:21. No menos poesía demuestran los pasajes de trompa, oboe y clarinete en la segunda parte.
El Allegro sorprende un poco por la moderación del tempo escogido, que además se mantiene constante, sin aceleraciones más o menos efectistas (al respecto, escúchese la entrada del motivo de 00:53 o el sobrecogedor desarrollo). Se consigue así reforzar la sensación obsesiva de esta música. De nuevo estamos ante un Brahms alejado de arrebatos o grandes gestos heroicos. Se trata de una lucha a nivel espiritual. Los ff de los metales (el primero en 02:15) exhiben una aspereza infrecuente en el ciclo: no se trata de simple volumen, sino de una cualidad expresiva buscada en los timbres. El aspecto tímbrico también es tratado con maestría en el desarrollo, con la dramática reaparición del intervalo escuchado en el Andante, esta vez saltando entre las voces graves y las agudas (el trabajo de los vientos es soberbio). En la coda (Un poco sostenuto) las maderas tienen nuevamente mucha prominencia (07:00), arrojando una luz trémula al principio, finalmente catártica (08:20) para que la Sinfonía pueda concluir reconciliándose con la trémula reminiscencia del primer movimiento.
Disfrutadla.
(1) El motivo fa-la-fa asociado al lema que Brahms había elegido como broma privada hacia su amigo Joachim ("Libre pero feliz" - "Frei aber Froh").
2 comentarios:
La reescuché ayer y me pareció tan genial como otras veces, pero encontré pelín demasiado agresivos los metales en el último movimiento. Y en general demasiado crispada la primera sección de ese movimiento, en general. Pecata minuta, pero ahí está.
Sobre los metales, las primeras veces también a mí me resultaron excesivos. Posteriormente he aceptado la función expresiva que tienen, aunque en efecto suenan un poco "despegados" de la orquesta.
La segunda observación no la comparto. Creo que es el Final menos extrovertido, más interiorizado, que conozco.
Saludos.
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