"Quiere darse un capricho", dijeron sus partidarios cuando Plácido Domingo anunció su intención de abordar papeles de barítono. Un capricho se lo da uno discretamente y una vez, pudieron pensar los demás oyentes según avanzaba con cada vez mayor publicidad la serie de representaciones dedicada a "Simon Boccanegra" por todo el mundo. Y a pesar de los resultados artísticos del excurso, más bien modestos, se sucedían los ditirambos por parte de la crítica más aduladora con el cantante, mientras se intentan acallar las pocas voces críticas con insultos y marrullería. Domingo, envanecido lógicamente, pareció animarse a probar suerte con otro hito del repertorio: Rigoletto. Papel que ha intimidado a generaciones de barítonos, al divo no parece haberle dado ningún miedo, puesto que ha elegido para presentar su propuesta un medio de máxima difusión como es la retransmisión televisiva mundial en directo. Hace unos días uno casi se reía a carcajadas al escucharle contar cuánto había tenido que esforzarse Andrea Andermann para convencerle de que se uniera al nuevo proyecto cinematográfico; él siempre tan reacio a acaparar el protagonismo.
Así las cosas, esta tarde cientos de cadenas de televisión conectaban en vivo con el acontecimiento, que se desarrolla en los escenarios y horarios originales del libreto, como nos ha recordado con insistencia la maquinaria publicitaria. La belleza de los escenarios y la brillantez de la realización no se ponen en duda, pero como en "Rigoletto" se canta - y mucho - el oyente tuvo razones para no quedar precisamente entusiasmado con un primer Cuadro en el que sólo se escuchó a un cantante del que se pudiera afirmar que sabía én qué consiste cantar "Rigoletto". Y es que Gianfranco Montresor (Monterone) con su voz sólida, su fraseo granítico y solemne y su acento fiero, ha parecido un marciano al lado de un tenor que cantó "Questa o quella" como si fuera un éxito de Sanremo y un presunto barítono empeñado en emitir cualquier voz menos la suya. Vittorio Grigolo, Duque de Mantua, empezó evidentemente incómodo, a squarciagola en la Balada y un vibrato más bien ingrato. Durante el minuetto pareció centrarse y aparecieron algunas frases intencionadas, pero su forma de acentuar el concertato fue completamente equivocada - imprecisiones aparte - porque se dirigió a su Bufón sin pizca de humor, como si realmente se procupara por su destino. Bufón que provocó alguna sonrisa al aparecer en escena con una impecable melena argéntea, barba acicalada y una disimulada joroba. Hay que ver qué coqueto es este hombre. Menos simpatía suscitaron el tono gutural y la monotonía de su canto. Enfático al burlar a Ceprano, pesante en la parodia de Monterone (ni se menciona la existencia de dos trinos), no existió ni un átomo de sarcasmo o humor en el acento. También resultaron cuanto menos extravagantes la desenvoltura con que se movía entre los nobles, como si fuera uno más de ellos, y la confianza de camarada que le mostraba al Duque: uno esperaba que en cualquier momento le diera una palmadita en la espalda. La dirección de Mehta fue enérgica pero también tuvo detalles deliciosos en el minué y buen diseño del crescendo final.
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