Ya retirado de la escena y a punto de concluir también su carrera de liederista, Heinrich Schlusnus grabó un recital de canciones de Strauss y Mahler que incluía una verdadera rareza entonces: el ciclo "El camarada errante". Rareza también desde el punto de vista del propio cantante, que del autor bohemio sólo había grabado anteriormente dos ejemplos de la colección "Das Knaben Wunderhorn". El registro constituye una especie de testamento artístico no sólo del barítono Schlusnus, sino de una forma de interpretar el género e incluso de la cultura de toda una época. Poco después Dietrich Fischer-Dieskau, su sucesor como primer cantante de Lieder en Alemania, grababa el ciclo bajo la dirección de Furtwängler. Intérprete poliédrico y analítico, capaz de producir con su voz una gama casi infinita de colores e intensidades, la suya es una versión igualmente imprescindible pero en la que se ha perdido para siempre la inefable sencillez expresiva del arte de entreguerras. Basta escuchar la estrofa que abre el primer Lied para darse cuenta de que todo en el canto de Schlusnus está subordinado a la mayor austeridad en los recursos: dicción perfecta, legato inmaculado, pequeñas y continuas modulaciones del aire que ablandan, colorean o difuminan el timbre con la naturalidad de quien recita. La habilidad para incorporar los claroscuros ocultando el mecanismo siempre fue uno de los rasgos de su arte. La voz se mantiene milagrosamente clara y ligera, incluso juvenil, y transmite pura añoranza del pasado. De la perfección del apoyo, legato y unión entre registros dan testimonio los dolorosos intervalos que caracterizan la melodía ("hab ich"), perfectamente unidos al resignado descenso por semitonos que sigue. Al aludir por segunda vez a la "oscura habitación" el tono se oscurece ("Dunkles Kämmerlein") y revela toda la profundidad de la desesperanza que domina el ciclo. Schlusnus tiene otro mérito: siempre encuentra el tono popular, llano y directo, en cada momento que así se pide. Algo que no siempre consiguen cantantes de este refinamiento. Así en la sección central, donde el timbre adquiere además una sonoridad etérea. Merece la pena atender al respeto de los numerosos signos de doble regulador que se exigen (<>): en particular, a los dos escritos en la última frase ("An mein Leide"). Canto a flor de labios que siempre mantiene el timbre y la ligadura del sonido. Un maestro.
Pavarotti canta Riccardo en Oviedo (1978)
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Aun cuando ya lo habían absorbido los grandes teatros de EE.UU, en 1978
Pavarotti continuaba actuando en "provincias", incluyendo en esta categoría
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Hace 14 años