21/9/06

El auténtico Bruckner espurio


Lentamente avanzamos por el corpus sinfónico de Anton Bruckner y aprovechamos para incidir en uno de los aspectos más complejos del mismo: la existencia de varias versiones de algunas de las Sinfonías, ya sean revisadas por el propio autor o por sus bienintencionados – aunque abusivos – discípulos.

Es el caso de la Quinta Sinfonía en si bemol, que no llegó a interpretarse en vida de Bruckner tal como la concibió, sino con las modificaciones que introdujo Franz Schalk para su estreno en 1894.

La revisión, en la que poco participó Bruckner debido a su estado de salud, incluye numerosos cortes – el inevitable en la ripresa del Scherzo, por ejemplo – y el refuerzo en la instrumentación del Coral del último tiempo, que Schalk además mutiló sin piedad.

Esta Quinta, hoy proscrita, fue la que aprendieron no sólo los músicos de la Filarmónica de Viena, sino los mayores directores de orquesta alemanes de finales del S XIX. Y es ésta la tradición interpretativa a la que se aferró obstinadamente Hans Knappertsbusch, quien nunca se interesó por la Urfassung (también se mantuvo fiel a la versión Loewe de la Cuarta) Por tanto, bien podemos decir que estamos ante una versión auténtica de una obra espuria.

Es la personalidad de Kna la que justifica el conocimiento de esta Quinta. Por ejemplo la manera con que integra la misteriosa introducción en la estructura del Allegro, mediante un tempo Andante, que Ángel Mayo calificó jocosamente de “herético”, y que más que introducir la Sinfonía, la lanza. El sonido del Kna puede ser penetrante, hiriente y fulmíneo, mas nunca masivo ni estruendoso; los violines son incandescentes, los violonchelos cantan con voz de barítono en el extático Adagio. El discurso de la Quinta se desarrolla en monumentales bloques que alternan con silencios, y ésa es la lógica constructiva que mejor dominaba Hans el Rubio, el enemigo de los ensayos, el gran improvisador. La Quinta, la más esquiva de las Sinfonías de Bruckner en su permanente dicotomía entre lo humano y lo divino, culmina en un Finale que es la música más ambiciosa que escribió el compositor austriaco. La cita de los movimientos precedentes, es más que una reverencia a la Novena beethoveniana, pues Bruckner va más allá que su admirado modelo, integrándolos en una colosal fuga que constituye un desafío intelectual digno de Bach. Poco importa la ostentosa instrumentación de Schalke en la peroración final, con platillos, triángulo y vientos reforzados, pues no podemos más que admirar el talento de Kna para levantar el edificio sonoro. Nos vamos a permitir citar lo que nos decía hace poco Alberich sobre la dirección de Knappertsbusch en los Adioses de Wotan: “Es de esos pasajes en los que, cuando parecía que el crescendo terminaba, Kna se levantaba de la silla y aquello seguía y seguía. Alucinante.”

Disfrutadla.

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