28/7/13

El acento verdiano (II): "Ah, solo per me l'nfamia..."

La reciente representación de "Rigoletto" ha despertado las ganas de escuchar como es debido esta cumbre del melodrama, lo que da pie a reanudar nuestro pequeño repaso por la relación entre accento y parola scenica verdianos con un conciso monólogo del protagonista hacia el final del segundo Acto.

RIGOLETTO
(Fra sè)
Ah! Solo per me l'infamia
A te chiedeva, o Dio
Ch'ella potesse ascendere
Quanto caduto er'io
Ah, presso del patibolo
Bisogna ben l'altare!
Ma tutto ora scompare
L'altar si rovesciò!

Leyendo estas palabras, que recogen con fortuna el gusto de Hugo por la expresión patética, podemos comprender por qué Verdi apreciaba el libreto de Piave pese a todas las objeciones que se le puedan poner. Sin embargo es el tratamiento del compositor el que consigue liberar y trascender la poesía de los versos, sintetizando el hundimiento moral definitivo de un hombre que lo ha perdido todo. Se  trata de un pasaje que sobre la partitura no tiene ningún valor: la primera mitad se desarrolla sobre un inquieto fondo de las cuerdas y está basada en frases que baten repetidamente sobre el do3 al comienzo ("Solo per me l'infamia") y después sobre el reb ("Ah, presso...") con puntuales ascensos al fa para poner de relieve las exclamaciones de dolor. Es por tanto sólo a través del accento  y los claroscuros del intérprete como se pone de manifiesto toda su eficacia en cuanto parola scenica. La segunda mitad es un nervioso diseño de semicorcheas y silencios, como un balbuceo entrecortado, que concluye con una desolada caída al do2 ("Rovesciò"). Todo está consumado. De nuevo, el resultado es algo más que la simple suma de palabra y música y podemos decir: "He aquí el melodrama". Verdi es parco es signos dinámicos, destacando el crescendo del comienzo, pero dos pistas nos advierten de no cantar exclusivamente fuerte: la indicación "Fra sè" y el hecho, común en toda la ópera, de que Rigoletto se exprese entre interjecciones que no son gritos de rebelión física, sino suspiros que vienen del alma.

Incluso en un pasaje así Tito Gobbi (3:18) deja sonidos horripilantes en cada ascenso por encima del mi, bien que se muestre contenido y no explote como era de esperar el temido"birignao". No obstante, poco de monólogo y siempre el mismo color, lo cual es malo pero con el color de Gobbi aun peor, excepto al final (segundo "Tutto scompare...")  http://open.spotify.com/track/1YwTEqO6sGyCnpQ6ccEfiz
 
El joven Cornell MacNeil (3:38) ofrece una pequeña antología de lo que es el melodrama: fraseo de verdad, con claroscuros casi en cada sílaba, y acentos reveladores. Bien resaltada la oposición de la línea entre "Potesse ascendere" y "Caduto er'io". Emotivo ataque a media voz en "Ah, presso". El legato de manual no le impide acentuar como es debido "Quanto" y "Ben l'altare". Ensimismado cierre. Sólo puede cantar así quien domina todos los resortes del passaggio y su adelanto para aligerar y colorear. Es quien nos da una idea de cómo debían de cantar en escena los grandes barítonos de los años veinte. 

Renato Bruson (3:36) parece un simple elemento más en el conjunto diseccionado por Sinopoli con el tempo lentísimo habitual en este registro: escuchamos el clarinete y cada nota de las cuerdas, pero el cantante canta justo de alientos ("Quanto") y lo que es peor, cuando dice algo tan tremendo como "Ah, presso del patibolo" parece que esté leyendo la carta de ajuste. Ante la falta de colores y acentos, de nada sirve el fondo. Esto no es el melodrama. 


Dado que el Rigoletto de Dietrich Fischer-Dieskau se caracteriza por su gran variedad de colores y acentos, sorprende la avaricia con que los emplea en este pasaje donde son esenciales. El barítono berlinés, sabe que se trata de un monólogo interior, pero los acentos y las vocales afalsetadas contribuyen a que suene un poco plañidero. Hace melodrama todo lo bien que puede hacerlo un cantante que no era en esencia de melodrama.


La interpretación de Leo Nucci (4:43) es metronómica, siguiendo simplemente el tempo sin rubato alguno. La misma uniformidad se aplica al color y las dinámicas, como es normal en un cantante cuya emisión es firmemente muscular. Algunos acentos son justos ("Ch'ella potesse...") siempre mesurados, pero resulta monótono. Podemos decir que el pasaje pasa inadvertido.
http://open.spotify.com/track/0Tc5LJvLAnjuiCvtybhPGL

Amplitud y vigor no le faltan a Leonard Warren, en 1950 en plena forma, pero la indicación "Fra sè" no existe para él y lo que escuchamos es una (aparatosa) exhibición de su voz que produce admiración y fastidio (por su tono faríngeo) a partes iguales. La dicción y la prosodia, de primera lectura.
http://open.spotify.com/track/5GLV134iXTQkxIv1vNWyt1
 
La cuestión suscitó interesantes reflexiones aquí.

1/7/13

"Rigoletto", Sevilla, Osborne, ortiguillas

Madre mía, ya no me da tiempo de pasar por el hotel, la otra vez igual y me tuve que presentar en pantalones cortos y cómo me miraban las señoronas sevillanas, las mismas que luego se bebían los tercios a morro en el intermedio, pero hoy es casi peor; me he dejado las gafas normales y voy a parecer un idiota o un desequilibrado en el teatro con las de sol, pero qué calor que hace, aquí sopla terral todos los días o qué, ahí va un taxi: al Maestranza, sí señor, pero qué está poniendo este hombre, Il Divo berreando “Caruso”, mi madre, ya estamos, le gustado la música, hombre pues no es mi repertorio favorito pero le agradezco el detalle, hala a sacar la entrada, anda, el forero Mr. Tunner e compagnia bella, buenas tardes, que se divierta usted, vamos arriba, bueno ya estamos, cuanta sevillana arregladita, ya empieza la cosa, pues tan mal que han puesto al Halffter y no me parece que estorbe, de hecho es que no me parece ni bien ni mal, porque sobre la nada no se puede opinar y al margen de hacer sonar las notas no ha habido nada en la ejecución de Halffter; bueno sí, en los finales de escena hace sonar más fuerte los metales y la percusión: he aquí su concepto del melodrama, que cada cual opine lo que le parezca. Aquí sale Celso Albelo, vaya, parece que estamos ante otro imitador de Kraus, pero no, no es un imitador, es el imitador, pero estos tenores canarios qué monomanía que tienen, aunque lo de este hombre ya supera todos los límites; me pregunto cómo puede salir alguien a un escenario y confesar en cada compás, señores, no tengo personalidad que ofrecer, así me lo aprendí del Maestro (que en gloria esté y no pueda ver lo que hacen en su nombre) pero mal, claro, porque Celso, muchacho, suenas como una grabación de Kraus escuchada desde la habitación de al lado: no tienes un verdadero apoyo sobre el fiato y tu idea del pasaje es ser nasal o más nasal, así que no es sorprendente que tu voz se quede en gran parte en el escenario y corra más bien poco, de hecho más adelante te animarás con “Possente amor”, pero ya he vuelto a Málaga y creo que el re que emitiste en la stretta aún no ha llegado a mi asiento, esto debe de ser lo que llaman espacio-tiempo. Eso sí, parte de la lección la tienes aprendida y en primera fila es posible que se aprecie un canto pulcro y ligadito, pero sin especiales matices, porque tampoco te he escuchado un diminuendo o una sfumatura, eso es más difícil de imitar, claro, pero volvamos atrás porque ya ha salido el señor Nucci: éste suena como en sus propias grabaciones, con esa emisión suya que, que, que parece que estuviera cantando con un huevo en la boca e intentara no romperlo, eso es, acabo de comprenderlo después de todo este tiempo. Vale, lleva cuarenta años haciéndolo y la voz sigue siendo sonora, supongo que se le puede conceder ese mérito, vaya, además emite los trinos de la burla palaciega, por cierto, en este caso el palacio es un palacio, el Duque un Duque y el bufón es un bufón, pero tampoco hay mucho más que decir de la puesta en escena y la dirección de actores; aquí viene Monterone, pieza de este fascinante juego de espejos entre Rigoletto, Sparafucile y el noble ultrajado; buen trabajo de Miguel Ángel Arias y pasamos al segundo cuadro, aquí Nucci siempre ha conseguido que la música de Verdi suene trivial, de hecho la primera grabación de "Rigoletto" que escuché era suya y recuerdo lo rematadamente aburrido que me pareció "Pari siamo" y hoy no iba a ser menos; con esa emisión muscular y fibrosa no hay forma de que reproducir los signos expresivos de la partitura y suena todo absolutamente igual: se me ocurre que una interpretación así no es mejor por mucho que la haya repetido trescientas, quinientas o seiscientas veces, como creo que pasearse cojeando por el escenario tampoco parece el colmo del drama, mientras tanto ya ha aparecido Sparafucile, suena bien este Ulyanov, pero habría estado mejor si un director de orquesta le hubiese explicado cómo se canta y acentúa un papel de carácter, pero bueno, yo había venido por la Pratt y aquí la tenemos, bonita voz, desde luego la mejor emitida hasta ahora, pero tampoco me parece que corra muchísimo, en este teatro he escuchado con más nitidez a la cuñada de Alagna, que no es precisamente Mariella Devia, bueno, apreciable en conjunto, sabe ligar, apianar, reforzar, pero no ha dejado nada especial en cuanto a fraseo y la proyección no es regular en toda la extensión. Además algunos sobreagudos han salido un poco tirantes, siendo generosos, y no se privará del horrendo re del Terceto, lo estoy viendo, pero tras “È il sol dell’anima”, sin cadencia por cierto, el público ya está caliente para el Segundo Acto, al fin y al cabo el Duque y Gilda han emitido un reb bastante conseguido, y yo me paseo durante el intermedio con mis gafas de sol intentando no llamar la atención y regreso para la parte del león, el segundo Acto, sólo para constatar que Albelo ha imitado más que nunca a Kraus en su gran aria y cabaletta, pero que debió de aprendérselas de una grabación que no incluía la cadencia, en fin, se puede cantar mejor o peor, pero este tipo de copias en papel carbón no me merecen ninguna piedad, sin embargo, mira, Nucci en la invectiva me ha inspirado respeto: no hay trampa ni cartón, se lo juega todo y los acentos más nerviosos son justos. Naturalmente la stanza melódica, la que exige cantar, ligar, emitir medias voces, sigue siendo la misma parrafada monótona de siempre, exactamente como “Piange, fanciulla”, y ya está aquí la “Vendetta”: hay que decir que es un trabajo con oficio y que ha pegado un buen bocinazo de los suyos, pero por favor, no se puede forzar así un bis, en mi opinión estamos ante el típico caso en que el público quiere formar parte de algo especial y se presta al juego de Nucci, con independencia del nivel artístico. Esto es todo. Mientras, me planteo si Wert le daría beca a esta función y recibo un sms de Mr. Tunner llamando partichino a Albelo y ya estamos en el tercer Acto, el citado pasa por encima de sus números más populares sin más, ni siquiera ha intentado los reguladores de la canzona: además ha prolongado el si natural hasta sonar como un concursante de Sanremo. Mª José Montiel tiene unas piernas bonitas, pero la emisión es exageradamente no gutural, sino uterina. Todo llega a su término, Nucci recita su monólogo con buena dicción y poco más y Ulyanov se despide con un descenso al fa que ha sido pura truculencia. Tampoco Pratt se eleva por encima de una rutina aseada, si tenía la ilusión de escuchar alguna frase angelical, larga y bien ligada ya podía esperar sentado, y mientras salgo a la calle entre los vítores me parece que si incluso en esta versión que sintetiza todo cuanto hay de tópico, aburrido y negativo en el melodrama el público se entusiasma, “Rigoletto” puede sobrevivir a cualquier ejecución y tras esta reflexión barata me encuentro que la noche ha refrescado, vaya, "Casa Robles" está cerrado por vacaciones, y mi sufrida se ha olvidado de traerme las gafas, pero me invita a cenar en el "Santo", donde ponen unas ortiguillas en su punto de fritura sobre tartar de seres de mar, que sospecho que son berberechos y están muy bien, y el local además tiene una espectacular terraza con vistas a la Catedral, y ahí estoy yo todavía con mis gafas de sol y las copas me inspiran la tonta ocurrencia de escribir esta entrada imitando, ya ven yo también, el monólogo interior de un famoso artículo de 1980 que el terrible Conrad L. Osborne escribió en High Fidelity contra Pavarotti, que vete a saber lo que diría este hombre si escuchara a Albelo, aunque creo que los resultados son tan lamentables que ustedes me disculparán.