27/5/07

Recital de Mariella Devia en Málaga (8/05/07)

Mariella Devia, a sus 59 años recién cumplidos, retiene de modo asombroso la mayor parte de las cualidades con las que se ha convertido en referencia del repertorio belcantista romántico. El paso del tiempo sólo se deja sentir en algunos sonidos duros al cantar forte sobre la zona media-alta. Por lo demás, son sensacionales el sustento y dosificación del aire, que le permite ligar arcos canoros enormes sin rastro del temido vibrato amplio (tan común a ciertas edades) y con una seguridad de entonación absoluta. En su recital malagueño del 8 de mayo, Devia cantó con una perfección que rara vez volveremos a escuchar. Resplandecía un legato inmaculado de variedad dinámica infinita, con una facilidad para la messa di voce digna de un instrumento de cuerda. A destacar la plenitud de las medias voces, la claridad de los trinos y la seguridad del sobreagudo.
Con estas condiciones, siempre he creído que un cantante ha de ser capaz de transmitir, de emocionar al público. Sin embargo, tras la primera parte, constaté con cierta irritación que no fue así en este caso. Irritación no tanto por la indudable monotonía de ciertos tramos del recital, como por la sospecha de que una cantante con medios más comunes y presupuestos expresivos menos estilizados, pero directos, me habría hecho disfrutar más. La tópica falta de sentimiento de Devia se había hecho realidad, sobre todo en las canciones de Rossini, faltas de gracia y de chispa. Quizá la suficiencia técnica de la cantante se transmitía a su canto, excesivamente sobrio, de una acentuación demasiado seria. Las cosas no habían mejorado con una impecable aria de Adelaide di Borgogna ni con la bellísima “Qui la voce sua soave” de I Puritani, donde se echaron en falta la fragilidad y el desconsoloado patetismo del personaje . Hay que reconocer que una cosa como la cabaletta “Vien diletto” no se puede escuchar todos los días: el público enloqueció con el mi bemol sobreagudo, sostenido a placer, redondo y brillantísimo. Pero fue una sólo una nota. No ayudaba el conservador programa, injustificable dada la plenitud de la artista. Las canciones de Rossini y Bellini fueron ejercicios intachables de estilo, ni más ni menos.
En la segunda parte, mi escepticismo aumentó pues las canciones de Donizetti escogidas resultaron tener menos interés musical. Por suerte, fue comenzar “Piangete voi” de Anna Bolena, y el recital dio un vuelco. El acento áulico de la cantante encuentra su sitio sin duda en las reinas donizettianas, pero además supo darle a su canto una mayor espontaneidad. Cautivadora la perfecta dicción del recitativo, de una propiedad impresionante, y magistral lección de canto elegíaco en “Al dolce guidami”, lleno de momentos felices, en particular un paso del pianissimo al forte escalofriante. Inolvidable la cadencia, donde la frescura del timbre podría haber hecho creer que estábamos escuchando a una cantante 25 años más joven. En definitiva, la esperada sublimación expresiva del estilo. Destacable la tercera canción de Verdi, L’Abbandonée, donde sostuvo la altísima tesitura con una clase insultante, y espectacular la cabaletta, con repetición, de I Lombardi. Devia se debió contagiar del entusiasmo del público, pues ofreció tres propinas de un nivel muy superior al programa. Una estrofa de “Addio del pasato”, cantada en un hilo de voz, de una contención enorme sólo rota en el si bemol agudo conclusivo. Dando un enorme salto expresivo, “Quando men vo”, donde estuvo casi chispeante. Y para cerrar, “Casta diva”. Si bien a Devia le falta rotundidad vocal para el personaje, ofreció una lección de canto italiano, con todas las virtudes apuntadas puestas al servicio de la melodía. Hipnóticas la línea exhibida, la claridad de los adornos, la perfecta articulación incluso en los momentos más comprometidos. En la cadencia, ligada con una amplitud de alientos pasmosa, la plateada voz evocó reflejos lunares. “Increíble, increíble”, murmuré en los últimos compases. Un recital, en resumen, planteado de un modo incomprensiblemente cicatero, que creció hasta convertirse en algo memorable. Acompañamiento compenetrado y servicial de Ida Iannuzzi.

El recital, cortesía de Radamès:
http://italianidad.crearforo.com/recital-mariella-devia-en-malaga-9-05-07-es3709.html

En estos días hemos sabido que el esposo de Mariella Devia ha fallecido. Desde aquí nuestro cariño y condolencias.

13/5/07

Vallée d’Obermann


Durante los años que pasó viajando con la Condesa d’Agoult por Europa, Liszt esbozó varios cuadernos de impresiones musicales que llamó Album d’un voyageur. Veinte años después, ya en 1855, las somete a revisión y publica dos colecciones, Suisse e Italie, tituladas Années de pèlerinage. La primera de ellas, Suiza, refleja las emociones sentidas en las inmensidades alpinas, y es muestra de la inquietud romántica por la relación entre hombre y Naturaleza. Aunque en no pocas de las piezas se roza lo meramente descriptivo, sí hay poesía en “Las Campanas de Ginebra” o “La Capilla de Guillermo Tell” y por encima de todas, en “El Valle de Obermann”. Además de las vivencias suizas, Liszt compuso bajo la impresión de la novela "Obermann", de Etiene Jeane Senancour. Por otro lado, en una ocasión comentó que el Valle imaginario de su inspiración no era otro que Fontainebleau. Pocas veces alcanzó el húngaro la profundidad de esta composición en tres secciones. La primera, interrogativa y angustiada, basada en frases descendentes, encuentra cierto alivio contemplativo en la segunda idea, una de la inspiraciones más felices del autor. Una tremenda crisis lleva a la inmarcesible recapitulación, que nos conduce hacia la necesaria catarsis. El final, sin embargo, escapa a las limitaciones del arquetípico triunfo romántico, persistiendo siempre una sombra de incertidumbre.


Acudimos a la interpretación de Vallée d’Obermann más grande jamás registrada, la que firmó Claudio Arrau en 1969. El pianista chileno encarnaba la tradición romántica del piano, ya que su maestro en Berlín, Martin Krause, fue alumno de Liszt. Un linaje incomparable si recordamos además que Liszt estudió con Czerny, discípulo de Beethoven.
La seriedad del fraseo de Arrau, que podía ser un punto excesiva en otros universos, hace plena justicia a las ineluctables cuestiones que plantea la primera parte. Su sonido, redondo, corpóreo pero nunca duro, hermosísimo, brilla en la delicadeza de los cristalinos arpegios que inician la última sección, dichos con la habitual liquidez de su registro agudo y una articulación que roza lo insuperable. Pero también en la enérgica sección central, con ese absoluto control de los diversos planos enfrentados, trinos y poderosas escalas, y la peroración conclusiva que, sobre un acompañamiento admirablemente sostenido, acumula más y más fuerza hasta el delirio.
Una versión que ha quedado grabada en mi inconsciente, hasta el punto de esperar, siempre que escucho el “Valle de Obermann” los matices, el sonido e incluso las respiraciones de Arrau.


(Publicada en FC como obra de la semana)

Partitura, cortesía de Scarbo.

7/5/07

Noches de Ópera: Aida

Vamos a empezar a escuchar una serie de grabaciones históricas de ópera con una Aida representada en el Teatro Colón de los años dorados (1968).

La joven Martina Arroyo poseía entonces una de las voces de soprano spinto más bellas que se hayan escuchado. La morbidez de la emisión y la calidez del timbre inevitablemente ofrecían una Aída resignada y angelical, en la línea de Leontyne Price. Con respecto a su ilustre antecesora, Arroyo ofrecía una dicción mucho más nítida, un fraseo más intencionado y un registro grave de mayor sonoridad (como se aprecia en “Ritorna vincitor!”) Además la variedad dinámica del registro agudo era asombrosa, desde los ensoñadores pp al comienzo y el final de “O patria mia”, hasta la plenitud squillante del Concertato del Acto II o las saetas, de un dorado metal vibrante, del dúo con Radamès. En todo el Acto III exhibe legato de alta escuela, destacando un “Fuggiam gli ardori inospiti” de agobiante belleza. Si añadimos a las sobresalientes cualidades referidas la expresividad natural de la cantante, entenderemos que su Aída no aparezca empequeñecida entre los monstruos que la acompañan.
En cuanto a Carlo Bergonzi, sin duda es una de sus mejores encarnaciones de Radamès. Personalmente considero que la cumbre en el personaje la marcó en la Aida del MET de 1963, oportunidad donde la perfección canora se traducía en emotividad por medio de la sublimación del estilo, algo así como el ideal del canto verdiano (1). Sin embargo, es comprensible que se pueda preferir ésta debido a la mayor generosidad del intérprete, que llega en ocasiones al desmelenamiento (dúo con Aída del Acto III, donde por fortuna Arroyo le da buena réplica) pero siempre dentro de los límites del buen gusto. En un día de gran voz, Bergonzi supera las dificultades que presenta el papel para una voz lírica, en particular en la escena con Amneris del Acto IV, con enorme inteligencia (canta a media voz de “Svanita ogni speranza, Sol bramo di morir” en lugar de forzar el grave) Desde el recitativo “Se quel guerrier io fossi!” resplandecen la perfecta scansione (articulación) del fraseo, la nobleza del acento, el concepto de un personaje siempre “bien cantado”. Por supuesto, su Radamès es el enamorado, el que cincela “Morir si pura e bella” y “O terra, addio”, más que el de “Io resto a te!”. El agudo, si bien nunca squillante, rinde con una apreciable eficacia (aunque el endemoniado si bemol conclusivo de “Celeste Aida” quede algo falto de mordiente).
En muchos aspectos el último barítono verdiano, Cornell MacNeil dio lo mejor de sí en el Colón durante una década de apariciones casi anuales. Haciendo malo el tópico que le retrata en temprana decadencia (debutó en 1951) para finales de los 60, luce una voz en imponente plenitud, sin apreciable presencia del temido vibrato amplio. El timbre, oscuro y rotundo en la zona grave, ya retrataba al hosco guerrero (“Morte invan cercai”) Sin embargo, Rigoletto por antonomasia, encontraba los expresivos (y taimados) acentos del padre en el gran dúo del Acto III (“Rivedrai le foreste imbalsamate”) Dueño de unos medios heroicos, asombra la expansión de “Dei faraoni tu sei la schiava” y el inmenso arco canoro (con un portamento felicísimo) de la conmovedora, inmarcesible “Pensa che un popolo vinto, straziato”. Uno de las más grandes interpretaciones de Amonasro jamás captadas.
Biserka Cvejic con un timbre quizá algo claro, pero lleno y brillante, destaca más en el registro agudo que en el grave. Una Amneris femenina y juvenil, menos temible de lo que se espera en el Acto III, pero bien cantada y más idiomática de lo que se podría suponer.
Nicola Rossi-Lemeni hace descender el nivel, sin impresionar especialmente ni como voz ni como acento.
Bartoletti regala una interpretación italianísima, con rallentandi y calderones, deja lucirse a los cantantes (en particular a Bergonzi), con los que canta y respira, pero sin sonoridades masivas. El nivel orquestal y coral alcanzado por los cuerpos estables del Colón es digno de destacarse.

Es una grabación que en su momento Mike Richter subió a OperaShare. Disfrutadla.

http://rapidshare.com/files/29779316/AIDA68.zip

(1) Comentarios aquí: http://estanochebarralibre.blogspot.com/2006/12/los-tenores-de-los-60-i.html y extractos aquí http://estanochebarralibre.blogspot.com/2007/02/1-ao-de-barra-libre-actualizaciones-de.html