5/12/10

El tenor de "Das Lied von der Erde" (III)

La interpretación de Fritz Wunderlich es digna de la consideración que ha disfrutado siempre. Tenor lírico, como Dermota pero con registro central más ancho y robusto, se benefició sin duda de las condiciones del estudio de grabación en el Trinklied. Dicho esto, no hay nada en los resultados que hagan desear una voz más robusta ni merma alguna en las exigencias de una expresión intensa y heroica. En primer lugar porque no afrontó esta tremenda página pretendiendo ofrecer la amplitud hercúlea de un Öhmann, totalmente ajena sus medios. Wunderlich, por el contrario, se apoya en una dicción extremadamente nítida y una articulación fiera y cortante. En este sentido su declamación del texto resulta más febril que la del sueco. Pero cuidado: nunca se extravía fuera del canto legato y su voz se conserva siempre timbrada en toda la tesitura. Su entrada ("Con toda energía") es imperiosa, marca bien los acentos y se iguala sin problemas a las fieras frases ascendentes de la orquesta. En "erst sing ich euch ein Lied!" reproduce con nitidez el grupetto: se ayuda de pequeños golpes de glotis pero esto les da más nervio. A continuación recoge la expresión para afrontar la primera frase áspera: desde un sol ("Seele") Mahler escribe un descenso al re central y desde ahí un salto al sib agudo. Impecable y brillante, además respeta el regulador prescrito sobre el prolongado la que sigue ("Klin-gen"). Algún p no parece muy claro ("welkt hin und stirbt") pero sí el que redondea la primera sección ("Dunkel ist das Leben"). En sus siguientes apariciones - un semitono más altas, tocando por tanto el sol agudo - Mahler no exigió este matiz, pero la imaginación del intérprete (caso de Öhmann) se habría agradecido. En cualquier caso, el tenor alemán es sedoso y poético en estas frases. Tampoco las incursiones en zonas graves lo incomodan: escúchese "Die Laute schlagen", desde el fa en el primer espacio hasta el re central. La última sección comienza p ma appassionato, dinámica que no contrasta del todo con el forte que sigue ("Du, aber, Mensch"). Desde aquí W. cumple sobradamente con las terribles exigencias de mordiente y vigor ("Nicht hundert Jahre"), dominando los continuos ascensos por la zona de paso (sempre ff) y la comprometida escala descendente ("Wild gespentilische Gestalt"). Es de admirar el control que exhibe en la escalada hacia el clímax, sin perder un ápice de timbre, intenso pero siempre con ese esmalte excepcional incluso en el amplio sib agudo. En las siguientes frases basta decir que iguala la ferocidad y el abandono con que acompaña Klemperer. Éste aúna ritmo implacable e intensidad en una orquesta que siempre canta al borde del éxtasis poniendo en juego unos timbres francos y fuertes, sin preciosismos, pero increíblemente expresivos. Destacan las intervenciones de las maderas (sobre todo en el desarrollo sinfónico central) y los pequeños grupos de instrumentos que Mahler separa de la gran orquesta, prácticamente tan mimadas por el registro como la voz del tenor.

4/12/10

Plácida despedida


Como es habitual, la Orquesta se muestra más segura tocando a los autores del S. XX que cuando tiene que afrontar una Sinfonía Brahms o el Concierto de Mendelssohn. Nítida distinción de las voces, ejecución ordenada (casi siempre) de las intrincadas transiciones y potente resolución de los clímax - exceptuando aquéllos donde la cuerda, modesta de intensidad como siempre, tiene mayor importancia.

García es un joven director que se está fogueando en el repertorio lírico en la Staatsoper de Viena. Ofreció un Mahler bien planificado, aunque rígido en cuanto a agógica en las transiciones. Una ejecución marcadamente lírica, con un bienvenido sentido del canto que nos habla de la experiencia operística del director. Aunque se escucharon los detalles más estridentes - como los quejidos de las maderas que inician la primera crisis al inicio del Andante - se echó de menos la imprescindible cuota de angustia de esta música. En el Rondó hubo un intento de darle más mordiente al discurso, pero la cuerda no respondió con suficiente fuerza y los incisivos metales quedaron descompensados. Como culminación de este planteamiento, un placidísimo Adagio final, bello pero sin punta, donde la cuerda dejó algo que desear en cuanto a expresividad y densidad. El resultado fue más bien un intermedio lírico, de texturas demasiado claras y ligeras, en vez de la profunda reflexión sobre la vida y la nada que concibió Mahler. La progresiva desintegración de la música fue recibida con un prolongado silencio, quizá la única respuesta posible a esta obra.