En el segundo Acto la dirección de Georg Solti alcanza sus mayores cotas de precisión, dinamismo y elocuencia. Se abre con un magnífico Preludio, de un dominio técnico absoluto, cuya fuerza telúrica nos sitúa de inmediato en el mundo belicoso del Walhalla. Aquí nos recibe un Wotan legendario, Hans Hotter, que por desgracia se encontraba en declive en 1965, pero más por razones técnicas que por la edad, como se percibe desde su primera arenga a Brunilda. La emisión en forte se ha tornado estentórea antes que timbrada y un molesto color ventrílocuo ha sustituido el nítido metal del pasado. Como efecto colateral, la dicción, siempre dependiente de una buena emisión, acusa la famosa "patata en la boca". Una escucha atenta muestra que esto se debe al abandono de la cobertura del pasaje, donde abusa del registro central. Además, durante el dúo con Fricka el énfasis un poco anticuado de la declamación, unida a este timbre empobrecido, resulta un tanto fatigoso. Pese a las magníficas explosiones de la orquesta que sostienen sus lamentos de la Escena Segunda (“O heilige Schmach!”) Hotter no resulta eficaz en los mismos debido a la opacidad y dureza del sonido. Sin embargo el gran artista reaparece en los pasajes recogidos de su enorme Monólogo. El carácter de éste número se establece magistralmente en el breve diálogo previo entre padre e hija (“Lass’ ich verlauten”) reproducido sotto voce, como si en realidad no hubiese palabra hablada y todo estuviera en la mente de Wotan. Este mismo efecto, fascinante, obtiene Hotter durante gran parte del número mediante su media voz, característicamente velada, pero obtenida aplicando - esta vez sí - las buenas reglas vocales. Sobre esta base, la intención de cada palabra y los claroscuros completan una página de gran valor.
Pavarotti canta Riccardo en Oviedo (1978)
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Aun cuando ya lo habían absorbido los grandes teatros de EE.UU, en 1978
Pavarotti continuaba actuando en "provincias", incluyendo en esta categoría
a dos c...
Hace 14 años