14/10/13

Cumbres verdianas (III): "Don Carlo", Escena del Gran Inquisidor


¿Cuál podría ser el mayor logro de toda la carrera de Verdi? Aun cuando fuera lícito hacer esta pregunta, una respuesta argumentada no sería sencilla. Sin embargo, el sentimiento que produce la  presente escena es similar al de una cumbre emergida ante nuestros ojos, destacando aun en medio de ese Himalaya musical que es "Don Carlo". Nos encontramos en el Cuarto Acto (siempre en la versión definitiva en cinco Actos) y acabamos de asistir a la transfiguración del aria de Grand Opéra en algo más profundo; un monólogo de un alma atormentada ante el vacío, el inventario de amarguras de toda una vida. Pero aun se puede llegar más lejos y Verdi ahora convierte el dúo del Rey y el Inquisidor en una estremecedora confrontación entre el hombre contradictorio, que duda y ama, y la deshumanizada esfera de la Fe absoluta. Este dúo, además actúa como contrapeso al anterior de Felipe y Rodrigo: una disputa ideológica por el alma del Rey en la que la brutalidad material de los dogmas de la Iglesia acaba aplastando la utopía de los "innovadores". Verdi en realidad hizo simplificar el complejo esquema de Schiller, en el cual Felipe se entrevista dos veces con el religioso: la primera de hecho para descargar su conciencia por el asesinato de Rodrigo antes de decidir la ejecución del Infante en la segunda. La maquiavélica síntesis del libreto no puede ser más eficaz.
La escena comienza, tras el anuncio del Conde de Lerma, sobre un imponente Largo asignado a chelos, contrabajos, fagots y contrafagot. Se trata de un sinuoso motivo  marcado pp y legato que retrata no sólo la tenebrosa presencia del Inquisidor, sino la inconmovible fuerza de lo que simboliza. Sobre esta atmósfera opresiva Felipe asume un estilo conversacional extremadamente sobrio, pero en cada una de sus preguntas la tesitura se eleva un poco más traicionando la tortura interior que como Rey no puede expresar libremente. Los inapelables argumentos del religioso, cuya tesitura también se eleva progresivamente, se subrayan con acordes de los trombones. La sección acaba en la tónica con un efecto demoledor ("Tutto tacer dovrà per esaltar la fe"). Felipe querría concluir el diálogo, pero es el turno del Inquisidor, quien comienza con engañosa tranquilidad su denuncia (Allegro moderato) contra Rodrigo. El anciano se exalta frase a frase hasta las terribles exclamaciones en ff que culminan en un fa agudo ("Tranquilli lascio andar un gran ribelle...") sobre trémolos de la cuerda, escalas de los chelos y llamadas de los metales. La orquesta conjura entonces el inmenso desierto que se presenta ante Felipe: el oboe y el pícolo sostienen una serie de semibreves en pp mientras la cuerda dibuja una línea finísima descendente. El Inquisidor devuelve al Rey a la tierra: trombones, fagots y percusión subrayan el sarcasmo, al que Felipe responde "Non più, frate". Sigue un pasaje de extrema ironía: "Ritorna al tuo dover" reclama el monje con fingida serenidad (Verdi indica sottovoce,  pp e incluso ppp) sobre un ambiguo acompañamiento de las maderas que modula enarmónicamente de sol menor a sol bemol mayor. La negativa del adversario le hace estallar con una amenaza que proviene del texto de Schiller: "Si no estuviera ante vos en este momento, por Jesucristo, habríais de estar ante mí mañana". El famoso "Frate, troppo soffrii il tuo parlar crudel" es una versión muy ablandada del francés "Prêtre, j'ai trop souffert ton orgueil criminel". En este momento aparece la significativa referencia a la sombra de Samuel, que aclara la visión de Schiller sobre Felipe, Posa y Carlos (reflejo de la relación entre Saúl, David y Jonatan). El tremendo acompañamiento de la cuerda ("Un poco ritenuto") fue objeto de revisión por parte de Verdi, quien hizo que la orquesta de París lo tocara staccato, pero al no poder obtener la misma precisión en Italia añadió un arco para ejecutar las notas ligadas. De una forma u otra, expresa la monstruosa fuerza de algo intemporal, por encima de los individuos aunque pertenezcan a una dinastía reinante. Derrotado, Felipe cede ante la irónica complacencia del Inquisidor y cierra la escena con una de las grandes frases "escénicas" de toda la producción verdiana, tocando el fa agudo y descendiendo hasta el fa grave mientras el motivo que abrió la escena reanuda su marcha implacable: "El trono deberá, entonces, ceder siempre ante el altar".
Hay pocas dudas acerca de la supremacía de la pareja formada por Nicolai Ghiaurov y Martti Talvela en una escena que pasearon por los teatros de medio mundo y de la que se conservan al menos dos registros además del oficial. La grabación de 1969 en La Scala destaca por la fuerza con que refleja la "dimensión sobrehumana" (según Giudici) de Talvela sobre el escenario,  pero la calidad del sonido oculta gran parte de la fiera dirección de Abbado. Por ello, y por varias razones musicales, nos debemos quedar con la edición de Decca. En 1965 ambos se encontraban en plena forma y al inicio de sus respectivas parábolas artísticas como intérpretes de "Don Carlo". La voz de Talvela no parecía captarse muy bien en estudio y en cualquier caso su extraña emisión, que incluso sugiere el efecto del aire comprimido por medio de un pistón contra las fosas nasales, sigue siendo un poco desconcertante aun después de años escuchándolo. También tiene dificultades con el extremo agudo: de hecho los tres ascensos al fa suenan más justos que en la grabación de La Scala. Sin embargo la amplitud y la firmeza granítica del fraseo en la primera sección no están reñidas con hallazgos como la demoledora serenidad de "Tutto tacer dovrà" y el tono hipócritamente beatífico en "Ritorna al tuo dover". Además no se puede explicar la impresión que causa al clamar "Ed io l'Inquisitor, io che levai sovente" sobre el telúrico acompañamiento de Solti: hay que escucharlo. Por su parte, Ghiaurov con los años se inclinó en esta escena por una superficial prepotencia que se apunta en varios momentos un poco tonantes ("Io lo trovai", "No, giammai", etc). Pero hay angustia, "tristezza amara", en las terribles cuestiones planteadas al Inquisidor, encuentra un tono entre resignado y suplicante tras el fatal desenlace ("Mio padre, che tra noi...") y, por supuesto, la voz es espléndida. Su exclamación final es de antología.

Como alternativa, conserva cierta eficacia la brutal confrontación entre Boris Christoff y Giulio Neri, basada sobre todo en la colisión de las toneladas de sonido que ambos intercambiaron. Neri sorprendentemente muestra algún matiz interesante como el recogimiento al evocar la "sombra de Samuel". No puede evitarse la sonrisa al escuchar a Ivo Vinco, junto a un Christoff idéntico a sí mismo, intentando reeditar aquello en el registro de 1960.

3 comentarios:

Agrippina dijo...

Muchísimas gracias, Gino, aprendo tanto leyendo tus artículos... Don Carlo es una de mis preferidas y este momento entre el Inquisidor y Felipe siempre me resultó conmovedor. Un abrazo, te sigo leyendo.-

Diomedes dijo...

La escena es de lo más efectiva y músicalmente grandiosa. Ahora bien, el libreto es de una falsedad histórica increíble, si no me equivoco, que corresponde a la más extrema leyenda negra de España, de la que Schiller era un exponente ejemplar.

Dr Purva Pius dijo...

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