5/8/07

Barenboim y la West-Eastern Divan arrasan en Málaga

El pasado 3 de agosto Daniel Barenboim se presentó en Málaga con la orquesta que fundó junto a Edward Said. Además de representar un bastión de la cultura y la razón frente a la barbarie, este conjunto integrado por jóvenes palestinos, israelíes y españoles ha alcanzado un alto nivel musical.

En el programa, la Obertura Leonore III, las Variaciones Op. 31 de Schönberg y la Sinfonía Patética de Chaikovski. Barenboim es uno de los últimos representantes de la dirección de orquesta tradicional y así quedó claro en la Obertura de la ópera Fidelio: tiempo mesurado, sonidos robustos cimentados en una cuerda grave muy presente y maderas penetrantes. Estas características nos recuerdan las versiones de los grandes directores alemanes del S. XX, herencia que intermitentemente ha restado espontaneidad a la fantasía de Barenboim durante su carrera. No en esta oportunidad, pues por momentos hubo verdadero fuego lo que permite hablar de emulación y no de su tramposo ersatz, la imitación. El gran tema de la Obertura es difícil de exponer con claridad sin llegar al estruendo, algo parecido al del Allegro con brio de la "Heroica", pero Barenboim y su gente le dieron grandeza, en particular en la recapitulación, con una cuerda que se lució con bravura.

Captada la atención del público, se le sometió a la difícil prueba de las Variaciones de Schönberg, una de las primeras grandes obras dodecafónicas del autor. Pieza, por otro lado, que también ha de oponer grandes escollos a una orquesta de tan corta vida (Herbert von Karajan consideraba que sólo se le podía hacer justicia en el estudio de grabación) Reconociéndome lejos de captar aún la estructura o el devenir de esta música, me sorprendí atrapado por la violencia de timbres y armonías y la riqueza concertante de la obra. Los músicos de la WED estaban encantados del resultado, como expresaron braveando a sus compañeros de las distintas secciones al final. (Curiosamente fui casi incapaz de escuchar al violonchelo en ninguna de sus intervenciones)

En la segunda parte se volvió al repertorio establecido con una partitura que siempre se corre el riesgo de trivializar. Por suerte apareció de nuevo el Barenboim libérrimo y arriesgado. No tanto en el primer tiempo, que tiene algunas transiciones difíciles de poner en pie a pesar del impulso que tuvo toda la interpretación. Muy bellas las frágiles filigranas del Allegro con grazia, donde concedió libertad a la orquesta. Inmensa recreación de la Marcha, de una energía elástica y sonido potente: desde el triunfante tutti, director y sus músicos alcanzaron un estado de gracia, permitiéndose incluso un regulador pocos compases antes del final. Como tantas veces habrá pasado, parte del público (disciplinadísimo incluso durante el Schönberg) prorrumpió en aplausos siguiendo la vieja creencia de que fortissimo equivale a final de la obra (ay). He de reconocer que me uní a ellos convencido de que ejecución presenciada bien valía que se parara el espectáculo; en fin, me lo pidió el cuerpo. Sin embargo Barenboim atacó sin pausa el Adagio lamentoso, muy dramático y marcado por una urgencia que no daba respiro, ni siquiera en la cantabilidad de su segundo tema, destruyendo así todo atisbo de sentimentalismo. Espeluznante el fraseo de las cuerdas, guiadas por gesto frenético, en el pasaje previo al golpe de gong.

Tras el enorme éxito cosechado se concedió una propina, un riesgo tras una obra como la Patética, pero seguramente el propio Chaikovski habría aprobado como posludio el lirismo del Entreacto de Carmen.

Gran noche.

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