El pasado día 29 de octubre
Málaga recibió al músico más importante en activo actualmente. Al frente de su
orquesta West-Eastern Divan, interpretó
la trilogía sinfónica final de Mozart en un concierto que cabe calificar de
excepcional. Sin embargo hay que reconocer que el comienzo supuso una gran
decepción por un primer tiempo de la Sinfonía nº 39, de planteamiento premioso
y contemplativo, que no se animó en ningún momento debido a una dirección que
parecía funcionar "con el automático". Por fortuna desde el Minueto
el maestro se implicó del todo, algo que no sólo se percibió en la energía de
sus gestos, sino en su inmediata transmisión al fraseo de la orquesta. Desde
entonces el resultado fue excelente, demostrando por encima de todo la
asombrosa versatilidad de Barenboim. Atendiendo a su afinidad natural y sus
últimos derroteros, podría haberse temido un Mozart "prusiano" y muy
al contrario destacaron los tiempos vivos, las texturas diáfanas, el equilibrio
entre secciones y la fluidez del discurso. Una forma de hacer música siempre
enraizada en la tradición (puede decirse que B. es la encarnación de la Gran
Tradición romántica del S.XX; poco historicismo por aquí ) siempre personal,
pero siempre poniendo al autor por delante. Se debe mencionar en primer lugar una magistral nº 40,
cuyo intenso contrapunto se presentó lleno de fuertes contrastes y asperezas,
como los amenazantes acordes de las trompas de un primer tiempo
angustioso, obsesivo. Este mismo interés
por la polifonía, trascendido en desafío intelectual, marca también el
desarrollo de la nº41, donde quizá hubo demasiada seriedad. Pasmosa desde luego
la resolución fugada del Finale, que sí requiere ese sentimiento de grandeza,
de consumación. De esta joven orquesta, impresiona ante todo el magnífico
timbre de la cuerda, cuyos empaste y legato representan lo mejor de la ya
invocada Gran Tradición y que en Mozart no tienen sustitución posible. Más
discreta, sin embargo, la familia de viento madera, cuya sonoridad fue
curiosamente sumisa. Admirable la respuesta de todas las secciones ante el
mínimo gesto expresivo del director, cuyo compromiso transmite una juventud
inagotable desde hace ya casi cincuenta años.
Pavarotti canta Riccardo en Oviedo (1978)
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Aun cuando ya lo habían absorbido los grandes teatros de EE.UU, en 1978
Pavarotti continuaba actuando en "provincias", incluyendo en esta categoría
a dos c...
Hace 14 años
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