21/12/08

"Kát'a Kabanová", nuevo acierto del Real


Pocas veces una serie de funciones del Teatro Real habrá sido recibida con tan unánime entusiasmo: los comentarios en los foros y prensa están siendo enormemente elogiosos y por tanto mis expectativas el pasado día 20 de diciembre era altísimas. No hubo decepción.

Magnífica noche de ópera, en mi opinión no tanto porque cantantes, orquesta o desarrollo escénico alcancen cotas excepcionales, sino porque todos estos aspectos, ciertamente a un nivel muy alto, se refuerzan entre sí creando una obra de arte total.

Hubo una estupenda protagonista con Karita Mattila, soprano versátil que a sus cuarenta y ocho años parece estar centrándose en estos papeles de cantante-actriz. La importante voz, de lírico-spinto, se hace algo áspera en el agudo, que siempre tendió al sonido fijo, pero aún es bien capaz de recoger el volumen en medias voces bellas, consiguiendo claroscuros y acentos emotivísimos donde correspondía. Memorable por ejemplo al confiarse a Varvara ("No puedo dormir, querida") En el apartado negativo hay que decir que en su confesión durante la tormenta se acercó demasiado al grito. Como actriz estuvo convincente y conmovedora, tanto por un físico que se conserva atractivo y juvenil, como por un comportamiento en escena que transmitía la naturaleza ensoñadora y frágil de esta mujer "a la que una brisa podría destrozar".

Muy bien la Varvara de Petrinsky, de voz fresca y actuación juguetona. Insignificantes los señores (quizá se salvaba un poco más Gordon Gietz como Kudriash) con un Boris mal de voz (Dvorský actuó indispuesto, según se anunció antes de la representación) que apenas pudo sostener los pocos pasajes exigentes de la escena de amor. Dalia Schaechter (Kabanicha) tampoco aportó detalles a la caracterización del odioso personaje, que pareció exclusiva de la orquesta.

Orquesta magníficamente guiada por Jiří Bělohlávek. Para darse cuenta de la afinidad que el director checo tiene con esta música sólo hubo que escuchar el pasaje donde Janáček comenta la entrada en escena de Kát'a: pocas veces se encuentra en el repertorio una mayor declaración de afecto, de devoto amor, del autor hacia su criatura. Y Bělohlávek la ofreció con una orquesta que fue mórbida, cálida, conmovedora. Con la Kabanicha, en cambio, el sonido era áspero y helado. El Preludio también fue cautivador por el colorido y la variedad de estados de ánimo. Si acaso se puede reprochar una tormenta más sonora que aterradora y la falta de mordiente de los violines en la última perorata del destino (justo al final de la ópera).

Impresionante la producción de Robert Carsen, empezando por una coreografía estremecedora durante el Preludio. Hay que reconocer que el juego de las bailarinas, una imagen del alma de Kát'a desdoblada, se hizo un poco repetitivo a medida que avanzaba la función. Con un escenario desnudo - sólo cubierto por agua (el Volga) y un entablado de palés - Carsen se ha confiado a una dirección de actores de una teatralidad eficacísima y una iluminación que sin dejar de ser obvia y cinematográfica alcanzó efectos muy bellos, creando una sugestiva complicidad con la música y los reflejos del agua. Con estos elementos no hacen falta decorados, pues "Kát'a Kabanová" es una ópera que se desarrolla a nivel sicológico y tanto música como teatro reflejaron perfectamente la evolución del personaje.


Como reflexión sobre la ópera y el autor se me ocurrió que las pequeñas historias que rodean al argumento principal en Janáček - en este caso, los absurdos diálogos de Dijon - consiguen crear un contexto de cotidianidad tan ajena a los sentimientos de la protagonista que incorporan una perpectiva irónica y distanciada al lirismo de la partitura.


Nuevo acierto, pues, con Janáček, que el público recompensó con entusiasmo.

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