La Bohème nos ha servido como introducción a la carrera de Pavarotti. A continuación, realizaré un recorrido cronológico por su trayectoria profesional distinguiendo las siguientes etapas:
- 1961 - 1967.
- 1968 -1974
- 1975 - 1980
- 1980 - 1991
- 1991 - 1995
- EPÍLOGO
Antecedentes:
Como se ha comentado, Luciano Pavarotti debutó en La Bohème en
1961. Hoy nos puede extrañar que su consagración definitiva tardara tanto en llegar (
1972), pero debemos tener en cuenta varios factores:
La brutal
competencia existente en la cuerda de tenor. Sólo en Italia, estaban en activo
Bergonzi,
Corelli,
del Monaco,
Raimondi y
di Stefano. Merecerá la pena dedicarle un anexo a esta época dorada de la voz de tenor:
http://estanochebarralibre.blogspot.com/2006/12/los-tenores-de-los-60-i.htmlDe los citados, Bergonzi y Raimondi habían consolidado su posición en los primeros papeles que aprendió Pavarotti. Por otro lado,
Alfredo Kraus y después
Jaime Aragall empezarían a ser muy solicitados por los teatros italianos.
Pero las principales circunstancias desfavorables para Pavarotti fueron tres: el repertorio dominante entonces, las voces al uso y el estilo de canto establecido. Consolidada la escuela verista, se uniformizaron las maneras de cantar no sólo las óperas de Leoncavallo o Mascagni, sino las de Verdi y aun las de Bellini y Donizetti con un estilo declamatorio y enfático, opuesto al predominante en el S. XIX. De esa forma se explican el Arturo de Fippeschi, cantado con los mismos presupuestos que Manrico, o el Pollione de del Monaco. Además, Caruso estableció un modelo vocal, que partía de un registro de pecho de timbre oscuro y denso, adecuado para las sensuales melodías del verismo, por lo general de tesitura central. Esta vocalidad fue imitada por muchos cantantes, las más de las veces sin éxito, como también los generosos y aguerridos modos del último período del tenor napolitano. Los 50 y los 60 fueron años de voces baritonales, grandes y potentes, que tendían a un canto verista y altisonante, valorándose más las exhibiciones vocales que la musicalidad o la elegancia. Una etapa gloriosa desde el punto de vista vocal, sin duda, pero en la que se perdió la variedad de estilos, timbres y colores de anteriores décadas, donde se podía escoger entre Schipa o Gigli, Martinelli o Pertile, por poner ejemplos cimeros.
Así las cosas, Pavarotti, una voz de tenor lírico de timbre claro y emisión ligera, tenía poco en común con las voces al uso: en realidad estaba emparentado con los tenores
di grazia decimonónicos. Además, siempre fue bastante ajeno a los modos veristas (canto abierto, sollozos, golpes de glotis, gritos, etc) y al estilo declamatorio, siendo obviamente su repertorio natural el del belcantismo romántico (entonces apenas iniciando su renacimiento). Otras razones que explican su tardía llegada a la fama se irán conjeturando a lo largo del capítulo.
1961-1967 (1/2)Así las cosas, tras su debut, el joven Pavarotti decidió que intentaría vivir de su voz, dejando por tanto su trabajos de vendedor de seguros (no es broma) y profesor de escuela. Lo que tuvo claro es que quería llegar a ser
Primo tenore o nada. Nunca cantó papeles de comprimario, lo más cerca, el
Tebaldo de
Capuleti e i Montecchi, que es más buen un antagonista (y en disco,
MacDuff y
Orombello).
En esa función modenesa del 29 de abril de 1961 llamó la atención de Alessandro Ziliani, tenor hoy olvidado pero que tuvo cierto predicamento en los años 30. Ziliani se convirtió en su agente y creyó con convicción pétrea en las posibilidades del joven aspirante. Su primer compromiso serio fue la invitación de nada menos que
Tullio Serafin para cantar el
Duque de Mantua en el
Teatro Massimo de Palermo (1962). Tras la audición previa, el viejo maestro le dijo: “Cuando venga usted a Palermo, quiero que cante Bella figlia dell’amore
exagerando, como hacía Caruso”.
Caruso sería en adelante una referencia, más como ejemplo de tenor absoluto que por vocalidad. Ese mismo año llegó el debut en el extranjero, concretamente en
Belgrado, con
La Traviata (junto a la sobresaliente
Virginia Zeani). Ante las dificultades encontradas en Italia, Pavarotti cantó por toda Europa con una compañía de provincias (él recuerda que le pagaban al término de cada gira) Constan actuaciones en Belfast, Dublín, Ankara, Budapest y Barcelona (16/11/63). Para entonces, su
repertorio constaba de Rodolfo, Pinkerton, Edgardo, el Duque y Alfredo. Especialmente afortunado fue el salto a
Inglaterra: de hecho, fue el
Covent Garden el primer gran teatro que conquistó, antes que
La Scala, con la cual tendría una relación difícil durante su carrera. El debut lo propició la cancelación de
Giuseppe di Stefano como Rodolfo en La Bohème, al igual que su aparición en un conocido programa de televisión de la
BBC (“Sunday Night at the Palladium”): este evento le hizo popular de la noche a la mañana. Los periódicos ingleses titularon: “Descubierto un nuevo
gran tenor italiano”. De ahí surgió la invitación para cantar
Idamante en el Festival de
Glyndebourne en
1964, su única incursión en
Mozart hasta 20 años después, cuando cantaría el papel titular de Idomeneo. El director del festival se refirió a él como “una de las maravillas de la naturaleza”.
Llega
1965, cuando Pavarotti tomó contacto con las personalidades que más relevancia tuvieron en su crecimiento como cantante: por un lado,
Herbert von Karajan, quien propició el ansiado debut en
La Scala (como Rodolfo).
Anteriormente, el coliseo milanés le había ofrecido – inexplicablemente – cantar el Arnoldo de Guglielmo Tell, lo cual rechazó Pavarotti por fortuna. Podemos hacernos una idea de la importancia que tenía el apadrinamiento del músico más influyente del mundo,
omnipotente en Viena, Milán y Berlín durante aquellos años. La colaboración entre ambos se extendió hasta
1989, año de la muerte del Maestro.
Por otro, trabó amistad con
Joan Sutherland y su marido, el director y musicólogo
Richard Bonynge. Su influencia y sus enseñanzas serán decisivas para el joven Pavarotti.
Cont.-
Audiciones:
Del
debut absoluto en
1961, escuchamos “Che gelida manina”, “O soave fanciulla” y “O Mimì tu più non torni” (29 de abril de 1961 con Ambrosis, Nabokov y Pellegrini bajo la dirección de Molinari Pradelli) Un documento curioso,
que además permite comprobar la personalidad tímbrica y canora del joven debutante, que no imita a nadie.
Del
Idomeneo de 1964 en
Glyndebourne, escuchamos “Non ho colpa” de Idamante, papel que hoy ni imaginamos cantado por un tenor. Según el propio Pavarotti, la experiencia le enseñó a perfeccionar su
legato, agradeciendo al preparador del Festival, Jarri Strasser, la disciplina musical con que le instruyó. Destáquense, además, el
fiato y la flexibilidad de la juvenil voz. Los trinos de la página son obviados.
De
L’Elisir d’Amore, escuchamos uno de sus papeles favoritos, el de
Nemorino. Canta “Una furtiva lagrima”, página que debía bisar hasta dos veces durante las representaciones de su gira australiana, que es de donde procede la grabación de
1965. Ya se presiente la empatía con el personaje, para el que la espontaneidad y la extroversión del mejor Pavarotti eran ideales. Atención a la media voz practicada de forma canónica en “Lo vedo”.
Una bella página belliniana de
Capuleti e i Montecchi, ópera prácticamente exhumada por el joven
Claudio Abbado, entonces emergente director de ópera. La producción de La Scala presentaba la particularidad de proponer como
Romeo a un tenor, en vez de la
mezzo habitual. Quien canta el papel protagonista es
Jaime Aragall, entonces viviendo su mejor etapa y con una carrera más consolidada que la de Pavarotti, como se deduce de que éste cantara el secundario
Tebaldo. Escuchamos la
cavatina “È serbato a questo acciaro” en una grabación de la
Residencia de la Haya (
1966) Admiramos el
legato inmaculado, las medias voces (ahí estaba Abbado), la
igualdad de registros, la
seguridad en el agudo (un si natural bellísimo, plegando la voz a continuación). Si se puede destacar algo, quizá sea la
fermata, en solo aliento y con una – ya – característica
sfumatura. Un año más tarde, ya en La Scala y sustituyendo – con ventaja –
Scotto a Margherita Rinaldi, seleccionamos la misma aria, esta vez con el interés de escuchar la
cabaletta ‘L’amo tanto e me si cara!”culminada con un
do4 que omitió en Holanda. También tenemos la oportunidad de escuchar juntas a dos de las voces más bellas del siglo en la escena del Acto II con el dúo “Stolto!... Svena, svena un disperato” Podemos apreciar la mayor densidad del centro de Aragall,
sombreado y más viril, frente a la luminosidad de Pavarotti por la zona alta. Con estas voces, la elegiaca melodía de Bellini adquiere una robustez verdiana.
En
1967 la
Rai reunió a tres de los intérpretes jóvenes más interesantes para grabar
Lucia de Lammermoor.
Renata Scotto y Piero Cappuccilli tenían, no obstante, un
estatus superior al de Pavarotti entonces, pues sus carreras discográficas estaban en auge y ya se habían codeado con los más grandes. Escuchamos un arrebatador “Sulla tomba… Verranno a te sull’aure” donde Pavarotti, en palabras de
Fernando Fraga, aporta “la voz de tenor que cualquier soprano del XIX quiere tener a su lado”. Scotto, por aquel entonces ceñida a papeles de lírico-ligera, es la Lucia heredera de la melancolía de
Callas, lo que contrasta con el ardor del
Edgardo de Pavarotti Destaquemos el canto a media voz de ambos cuando comienzan a cantar al unísono. Luminoso
sib para concluir.
También escuchamos la escena final de Edgardo, favorita del tenor durante muchos años. Sin un fraseo especialmente cincelado, aquí y allá introduce medias voces, como el regulador de “Chi muore per te”. Un si natural lleno y vibrante en la
fermata. La
cabaletta, página elegiaca y de una belleza punzante, que sitúa a la voz en una tesitura muy aguda, está impecablemente cantada, aunque se echa en falta mayor interiorización. .
Con el
Ingemisco de la Misa de difuntos verdiana, tomado en un concierto conmemorativo del décimo aniversario de la muerte de
Toscanini, entramos en la etapa de afirmación definitiva de Pavarotti. Bajo la dirección de
Karajan, siempre un admirador del puntillismo toscaniniano, Pavarotti alcanzó un nivel excelso. Destaquemos, aparte de la limpieza en los sib3, el canto piano, de una belleza
ultraterrena en “Inter oves locum praesta”, así como el recogimiento de la voz tras el paso por el forte en “In parte dextra”. La grabación, algo enlatada, es de 1967. Tendremos ocasión de escuchar versiones con mejor sonido de esta página, donde Pavarotti no tuvo rivales.
Disfrutadlo:
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