En esta ocasión recurro al Rachmaninov de los poemas sinfónicos para traer una de sus
obras maestras:
La Isla de los Muertos, Op. 27.
Basándose en una de las pinturas más conocidas de
Arnold Böcklin (1827-1901), Rachmaninov compuso esta partitura de sensibilidad ultrarromántica –
Liszt y Chaikovski están ahí - pero cuyas sonoridades que deben algo al
impresionismo francés. Es, posiblemente, su mejor partitura orquestal: libre del temor a la gran forma, la fantasía de Rachmaninov vuela con más naturalidad que en las Sinfonías.
La Isla de los Muertos es particular en el sentido de que no fue inspirada directamente por obra literaria alguna, sino por una pintura. El cuadro de
Böcklin recurre al mito clásico de
Caronte, el barquero que transportaba las almas a través de
Laguna Estigia hasta el
Reino de Hades. Y sin duda es la inexorable
cadencia de remo de Caronte el motivo con el que arranca la obra, y que volverá con una potencia descomunal tras un hermoso pasaje donde el alma en tránsito recuerda la felicidad vivida. A partir de ahí se establece una sugerente atmósfera donde el difunto parece experimentar por última vez las
emociones de los vivos (amor, miedo, duda) hasta llegar al gran clímax final, donde resuena ominosamente, cómo no, el canto llano del
Dies Irae de la Misa de Difuntos medieval, una de las grandes
obsesiones de Rachmaninov.
La versión presentada, excelente, es la de
Lorin Maazel con la
Filarmónica de Berlín, quienes nos sirven una sonoridad suntuosa.
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3 comentarios:
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