La Quinta de
Sibelius es una mis obras fundamentales. Cuando la escucho, me emociona de tal forma que me pregunto cómo podía vivir antes de conocer esta música. Lo mismo me pasa con la
Séptima.
En esta sinfonía, ya encontramos al Sibelius de la última etapa, iniciada según su propio testimonio con
Las Oceánidas. Es característico de su evolución el empeño en que fuera el material musical quien determinara la forma, lo que culminó en la estructura monolítica de la Séptima en do mayor. También es muy personal el desarrollo del material, diferente del clásico repetición/variación, pero también de las transformaciones de
Liszt: hay algo
orgánico, casi natural en la manera inevitable en que, por ejemplo, surge (florece, brota) el tema del primer tiempo desde la nota tenida de las trompas. O como el plácido
Scherzo (que va enlazado al primer tiempo, y viene a constituir su recapitulación), fluye como un riachuelo por la campiña vienesa del SXIX y termina encrespándose en los rápidos del SXX (algo parecido a
La Valse de
Ravel, más o menos contemporánea)
Partitura
afirmativa, vindicadora del humanismo
beethoveniano y escrita en la tonalidad de la
Heroica, tiene sin embargo momentos donde reaparece la angustia de la precedente
Cuarta Sinfonía. Así, el monólogo del fagot en el desarrollo del primer movimiento, que da paso a una de las más fenomenales catarsis sinfónicas, con las escalas ascendentes de violines y las gloriosas trompetas. O las irrupciones de los metales partiendo en bloques sin sentido la cantilena del
Andante mosso. El último movimiento cita, muy intencionadamente, la
Novena de
Beethoven: se escucha cantada por las maderas contra el solemne acompañamiento de las trompas, que había sido ya sugerido en el
Andante. Con este material Sibelius construye un colosal canto para orquesta, una
hecatombe sonora a la que ponen fin unos espaciados acordes que no terminamos de saber si son
lapidarios o
triunfales.
Se ofrece aquí una versión en vivo del legendario director
Sergiu Celibidache con la
Orquesta de la Radio Danesa, en
1971. Agradezcamos a
Alberich, de
Foroclásico, que ponga a nuestra disposición este documento, de sonido regular, pero profundamente personal.
Celi logra una gran versión. Por ejemplo, la preparación de la
stretta con que concluye el primer tiempo provoca una verdadera
taquicardia, ¡cómo propulsan las cuerdas a los metales!. En el Finale, particularmente, las distintas voces de la majestuosa coda se distinguen muy bien, sin que los metales aplasten a las cuerdas. Es decir, que consigue mantener este clímax sonoro, un
maremoto, transmitiendo una fuerza colosal sin que se le vaya de las manos. Como anécdota, podemos escuchar los habituales gritos de ánimo de Celi hacia la orquesta.
Disfrutadla.
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