5/12/10
El tenor de "Das Lied von der Erde" (III)
4/12/10
Plácida despedida
28/11/10
"Così fan tutte", Teatro Cervantes (26/11/2010)
Nueva producción del Teatro Cervantes sobre la que hay poco que contar. Humilde y honesta, sólo llamó la atención la cantidad de movimiento de la servidumbre alrededor de la verdadera trama. Sin que llegara a estorbar, tampoco le contaba nada al espectador. Eficaz la caracterización de cada pareja, la frívola y la patética, y simpática la complicidad entre Don Alfonso y Despina. La producción desarrolla, siempre dentro de la legitimidad, los aspectos más cáusticos del texto de da Ponte haciendo explícitos ciertos detalles - como la licencia que da entender que la caída de Dorabella y Fiordiligi no se limita a romper la palabra dada o a intercambiar un retratito.
25/11/10
Sostenella y no enmendalla
11/11/10
Audiciones intempestivas: Chaikovski y los límites de la subjetividad
7/11/10
Tímidos románticos
La segunda Parte incluyó únicamente la Sinfonía en re mayor de Brahms. La intepretación recordó el trabajo que aún tiene por delante Colomer con su orquesta, que sólo mostró una sonido amplio y aterciopelado en los pocos momentos en que la familia de las cuerdas tocó con intensidad (por ejemplo en la recapitulación del Finale y su espectacular coda). Los chelos no aprovecharon la oportunidad expresiva que ofrece el maravilloso Adagio. Por el contrario la traducción de las sonoridades de cámara del Allegretto apenas dejó nada que desear. No se discute la planificación de la interpretación, pero fue un Brahms ligero y de poca profundidad, particularmente neutro en el primer tiempo.
Como nota al pie, no se entiende que para una hora y media escasa de música uno pase más de horas en el teatro debido a la excesiva pausa y la impuntualidad de la organización.
31/10/10
Las dificultades de tocar a los románticos
27/10/10
Los peores (X): James McCracken
17/10/10
Noches de Ópera: Apoteosis de Sutherland
11/10/10
Ha muerto Joan Sutherland
13/9/10
Noches de ópera. "Lohengrin" con Sándor Kónya
6/9/10
"Rigoletto en tiempo real". Fin de fiesta.
Con estos mimbres, Mehta se limitó a ofrecer tiempos flexibles, con algún pasaje electrizante como el Trío (pese al exceso de decibelios)
Como reflexión final, sólo expresar el deseo de que en algún momento los realizadores se den cuenta de que el canto operístico es incompatible con los agobiantes primeros planos de esta producción. Sudores, salivazos (por parte de los señores), muecas de cualquier tipo imaginable, todo ello con detalle microscópico, mientras los jaleados escenarios originales pasaron casi inadvertidos.
5/9/10
"Rigoletto" en tiempo real. Segundo Acto
4/9/10
"Rigoletto" en tiempo real. Segundo Cuadro.
"Rigoletto" en tiempo real. Primer Cuadro.
29/8/10
Tesoros en Spotify: Alice Ader toca Franck
11/8/10
Formas de despedirse: Mahler de acero

9/8/10
Nota a la serie "Los peores"
Vamos a realizar un lúdico repaso a través de un grupo de cantantes que, habiendo disfrutado de prestigio durante su carrera o incluso manteniéndolo actualmente, sólo pueden desmoronarse cuando se los somete a una revisión seria.
Un saludo a todos los lectores.
5/8/10
Tesoros en Spotify
Comenzamos con un Bruckner digno de todo entusiasmo que me acaban de soplar: el que está grabando el joven director alemán Marcus Bosch con la Orquesta Sinfónica de Aquisgrán (de momento, 3ª, 4ª, 5ª, 7ª, 8º y 9ª). Recordemos que la formación germana fue dirigida en tiempos por Herbert von Karajan. En estos registros, óptimamente captados, muestra un sonido empastado, de un tono sombrío en conjunto (los timbres graves son sólidos y amplios, como corresponde a Bruckner) pero metales de brillo singular, magníficos. Sólo se puede lamentar cierta falta de presencia de los violines en los tutti. La mayor sorpresa, sin embargo, llega con Bosch, quien muestra una afinidad nata por estas Sinfonías. Me comentan que la Octava es superlativa: quien suscribe ha escuchado la Séptima y sólo caben alabanzas. Ante todo, resaltar la ejecución por parte de los metales: una sección majestuosa pero que siempre canta, lo cual es el mejor de los elogios, puesto que supone que existe continuidad y fluidez en el discurso, la línea de canto crece y decrece con sentido narrativo y dramático y se acentúan las frases significativas. El inicio de la coda del primer tiempo es de no creer y el fundamental clímax del Adagio muestra una afinada capacidad para superponer las voces acumulando tensión hasta el punto exacto en que se desencadenan. De nuevo se hace hincapié en que habría sido deseable unos violines con más mordiente durante los tutti: escúchese desde el minuto 15:00 en adelante del Allegro moderato o los contrapuntos de los grandes pasajes de Scherzo o Adagio. En general, sin embargo, todas las secciones de cuerda frasean con lirismo encendido (comienzo del primer movimiento). Bosch no es director analítico según el nuevo uso posmoderno: no está interesado en diseccionar los planos sonoros (por ejemplo, los pasajes con más conflicto polifónico del Scherzo no son nitidísimos) y sí, y mucho, en ofrecer lo importante con la máxima fuerza dramática. Sus tiempos, en esto sí es un bruckneriano "moderno", son relativamente vivos, lo que favorece la respiración del canto.
Se trata de grabaciones del sello Coviello (disponibles en iTunes, pero que se sepa no distribuidas en España)
La mejor manera de comprobarlo es escuchando: Orquesta de Aquisgrán
30/7/10
Los peores (IX): Franco Bonisolli

En sus comienzos Bonisolli poseía una prometedora voz de contraltino, extensa y fácil en el agudo pero además relativamente robusta. Con seguridad no se trataba de un instrumento tan privilegiado como los de Pavarotti y Aragall, pero sí de potencial similar. Iniciaba su carrera en los años sesenta cantando óperas bastante infrecuentes y ante él se abría el repertorio de tenor lírico; en particular el protorromántico, que entonces estaba en plena explosión de popularidad. En la siguiente década empieza a aparecer en escenarios importantes y a grabar discos, pero para entonces el tenor, que nunca había sido un modelo de finura, ya había decidido ir a contracorriente de los tiempos y adherirse a los modos más rancios de los cincuenta. Todo empezó al derivar la idolatría que profesaba a Franco Corelli en una imposible imitación. El registro medio, que al natural era delgado y claro, empezó a estirarse y abombarse como el caucho y a tomar un color mate, vulgar y engolado. Producto de todos los trucos que debió aplicar para este fin, la columna de aire perdió regularidad, el registro de pasaje se opacó y las medias voces se contaminaron de inflexiones guturales y falsetísticas. Restó, como uno de los pilares de su carrera hasta el final, un registro agudo nunca squillante ni canónico, pero que el cantante disparaba hacia las galerías con sincera vocación de demagogo. Con estas premisas asaltó el repertorio di forza. El proyecto de tenor heroico di grazia quedó por tanto en el limbo y los modos veristas más dudosos de Corelli (incluyendo el abuso del portamento) pero también los del di Stefano maduro se prolongaban de forma anacrónica.
Aun con estas taras los medios de Bonisolli le podrían haber permitido hacer una carrera brillante, pero existían otros aspectos en su "arte" que lo han convertido en poco más que una curiosidad. Su preparación musical era insuficiente, pero además carecía del instintivo buen gusto de un Pavarotti. Su incultura para recitar y acentuar llegaba a ser desesperante: el slancio degeneraba en declamación plebeya; no parecía entender el patetismo si no como lloriqueo; lo amoroso en él se manifestaba desde la entrepierna. La altisonancia connatural de Corelli, ajena en esencia a sus medios líricos, era su único guión. Con estas coordenadas, hablar de intención de crear personajes con su canto es hasta ocioso. Si por lo menos puede decirse que en conjunto poseyó una personalidad reconocible, algo que hoy puede parecernos apreciable, ésta llegó a deformarse hasta el esperpento. El hombre parecía incapaz de reconocer sus carencias y desarrolló una especie de paranoia según la cual Domingo sería el conspirador en la sombra que boicoteaba su carrera. Mientras tanto los teatros se hartaron de su poca fiabilidad y en el ambiente se le empezó a conocer como il Pazzo por sus numeritos en escena. Su trayectoria pudo haber cambiado con la invitación de Karajan para cantar en Salzburgo, pero él dio una de sus habituales espantadas.
Los testimonios en disco de Bonisolli producen en quien los descubre una fiebre transitoria a la que sigue siempre el arrepentimiento: como una especie de pornografía musical. Hay, sin duda, momentos que suscitan entusiasmo, algunos incluso de buena ley, pero el aficionado con criterio pronto se alejará espantado de sus grabaciones. Las únicas excepciones las encontramos en dos discos de arias y dúos (con Freni) donde junto a los síntomas de su extravío aparecen espejismos del tenor que nunca llegó a ser. Tuvo el privilegio de registrar (Manrico y Alfredo incluso por duplicado) los tres grandes papeles de la Trilogía Romántica. Estas grabaciones, más que ninguna otra, testimonian su fracaso como cantante: ni siquiera Karajan pudo encauzar del todo sus posibilidades para hacer no ya un Manrico creíble, sino apenas cantado con urbanidad.
21/7/10
Carlo Maria Giulini y Johannes Brahms (IV)

La Cuarta es la Sinfonía más hermética de Brahms. Su lenguaje austero sin concesiones, su ambigüedad entre la aspereza más implacable de toda su producción y los momentos de reposo sublime y la abstracción acerada del lenguaje suponen la culminación del viaje brahmsiano hacia la sustancia expresiva de la música.
Este final de viaje supone que la Cuarta exige una concentración extraordinaria en el discurso y una adustez expresiva casi espartana. Giulini y su orquesta exhiben el timbre cálido y terso (bellísimo) que caracteriza al ciclo, pero en este caso uno echa de menos la "punta" de los violines de Toscanini, quizá máximo creador de la Sinfonía. Tampoco las maderas (2:13) exhiben esa sonoridad penetrante que tanto potenciaba el maestrissimo. Hay un respeto demasiado reverencial por el legato que suaviza cuanto existe de turbador en el tejido polifónico y cierta relajación contemplativa en el discurso (no así en la estructura vertical) que no se percibe en ningún compás de las tres anteriores Sinfonías: ¿quizá producto del alejamiento temporal de esta grabación (siete años) de aquéllas?. A este respecto es ilustrativa la inofensiva intervención (3:27) de metales y percusión en la última idea expuesta. Todo muy ordenado pero sin garra y con una cuerda grave que no muerde. Se echa de menos esa decisión arriesgada que se escuchaba en el Finale de la Tercera, con unos metales ásperos e incluso un poco despegados del cuerpo de la orquesta. En cambio la ejecución por parte de las cuerdas del pasaje imitativo (5:05) del desarrollo vuelve a mostrar la fuerza de la máxima precisión en los pasajes contrapuntísticos. Según el discurso se remansa desde 6:36 Giulini se encuentra más cómodo: las maderas se tiñen de nostalgia y la breve meditación nos prepara para lo que ha de seguir. La reexposición muestra al fin un fraseo más incisivo e incluso los vientos (9:13, 10:52 y 11:06) tienen la justa prominencia. Hay verdadero fuego en la preparación de la coda: al fin se abandona el distanciamiento respecto del desasosiego que reside en el corazón de la partitura. Incluso las intervenciones de la percusión en 11:45 y 12:24 hacen recordar a Toscanini. La cuerda desprende llamaradas desde 12:00. Esta consecución de un mayor dramatismo se consigue mediante el trabajo con los timbres, la articulación del fraseo y una presión horizontal implacable, sin aceleraciones ni ralentizaciones, manteniendo un tempo base que transmite la sensación de no poder ser otro.
20/7/10
La felicità in disco: Discografía de Falstaff. I.- Lorenzo Molajoli (1932)

La historia discográfica de Falstaff comienza con la lectura de Lorenzo Molajoli en 1932, con un reparto encabezado por el Falstaff de Giacomo Rimini y la Alice Ford de la respetable Pia Tassinari. En conjunto, se trata de una disfrutable versión llena de agradables sorpresas. En primer lugar, la dirección de Lorenzo Molajoli (quien, por la circunstancia de haber sido el primer registrador, en condiciones técnicas mejorables, de una gran cantidad de títulos de la ópera italiana, arrastra -junto con Carlo Sabajno- la etiqueta, poco justa, de vetusto y superado) es, ante todo, de una organización musical montada con una enorme claridad y eficacia (siempre teniendo en cuenta las condiciones de la grabación), sin obsesiones agógicas (no alcanza las cotas vertiginosas de Toscanini y los directores posteriores, pero tampoco lo pretende) y en cambio muy preocupado por acompañar bien a los cantantes y transmitir el espíritu de diversión y de equipo que la obra rezuma. Teniendo en cuenta la enorme complejidad de la obra, la de Molajoli es, sin duda, una estimabilísima labor.
16/7/10
"La Valquiria" sin personajes

En primer lugar se debe asumir que Set Svanholm, en realidad más un cantante lírico dramático que un Heldentenor, ya no estaba en su mejor forma y que su timbre carecía del vigor juvenil y el sombreado que se asocia al personaje. La emisión acusa las inflexiones gangosas que le eran habituales, tiende a abrirse en la zona alta y está ciertamente limitada para cantar piano. Sin embargo recita con firmeza y energía suficientes para compensar su falta de ampitud vocal en los momentos dramáticos. Sostiene con suficiencia los pasajes que culminan en los "Wälse" (éstos un tanto apurados) y la conquista de Notung. La ausencia de la media voz le impide dar auténtica variedad a los pasajes que requieren algo más que declamación (monólogo y "Winterstürme") pero sí consigue ofrecer la imagen de un Siegmund vulnerable, como abrumado por las desgracias que lo acompañan. Su lamento Nun weisst du, fragende Frau transmite todo el pesar de la situación, al que responde una orquesta de nobleza doliente. El problema reside en que Svanholm no termina de convencer en la afirmación de su identidad de héroe, amante y hermano.
Por su parte la veterana Kirsten Flagstad (sesenta y dos años) asume un papel habitual en sus comienzos y con el que debutó en el MET más de veinte años atrás. La imperial voz se muestra aún firme y robusta, aunque inconfundiblemente madura. Su interpretación es autoritaria, hierática y maternal; es decir, rasgos más propios de Fricka que de Sieglinde. Además el timbre delata el desgaste de una larga carrera en la tendencia al sonido fijo y duro tanto en los agudos como en la limitada gama dinámica suave. Si apenas puede decirse que muestre alguna emoción en el primer encuentro con Siegmund, durante la escena del reconocimiento fraterno la gelidez de su "Du bist der Lenz" hace completamente increíble que un velsungo pueda tener deseos de arrancarla del lecho matrimonial para yacer con ella en el bosque. A pesar de los esfuerzos de Svanholm, en conjunto el final de Acto parece más bien la reconciliación de una pareja de la tercera edad. Esta ausencia de sensualidad y pasión juvenil no es algo aislado y de hecho muestra una extraña sintonía con la batuta: basta escuchar la stretta conclusiva. Un torrencial posludio marcado por un ritmo inexorable, pero ajeno al desbordamiento pasional que requeriría la situación: la visión general de la obra es la del mito y por tanto no son los personajes los que impulsan la acción, sino ésta la que se desarrolla de forma inevitable y, en cierta forma, impasible.
6/7/10
Los contrapuntos de Nauti: Tosca por Karajan
29/6/10
Escuchas intempestivas: Karajan dirige "Tosca"

20/6/10
Honrando a Robert Schumann

Como la otra partitura presentada, la Fantasía en do está llena del anhelo de Clara. Schumann la consideraba la música más apasionada que nunca había escrito. A pesar de su carácter confesional fue en realidad producto de un encargo de Liszt, a quien está oficialmente dedicada. El comienzo es un profundo lamento de una intensidad que tiene pocos antecedentes en la literatura para piano. Horowitz demuestra que era perfectamente capaz de producir un legato de amplio vuelo cantabile. En contraste el joven Pollini, cristalino y apolíneo, resulta un poco frío y metálico. Merece la pena atender al fervor con que H. canta en piano la segunda afirmación de la idea principal y a la dulzura y nitidez de sus trinos. En esta interpretación la libérrima escritura de Schuman (pasan tres minutos antes que aparezca el segundo motivo) fluye de forma asombrosamente natural. Nuevamente la cantabilidad domina el Mässig aunque no falte una enérgica mano izquierda. No obstante hay que reconocer que cerca del final (19:40 en adelante) su digitación parece más que apurada y durante unos segundos uno se pregunta si realmente será capaz de salir adelante entre las numerosas notas falsas. Las cosas discurren con mucha más confianza en el sublime Langsam, un canto de resplandeciente serenidad donde la dulzura y fluidez del legato se despliegan con una calidez emocionante. Se trata de la grabación del recital de 1965 con el que Horowitz reanudaba su carrera tras un retiro de doce años. La presente edición recupera la toma original, en otras ocasiones parcheada para sustituir los pasajes con notas falladas.
La Tercera Sonata en fa menor, en realidad una revisión del temprano "Concert sans orchestre", sigue sin establecerse en el repertorio e incluso se puede leer en el blog de algún crítico una ridiculez como que su audición resulta "fatigosa". Sin embargo la histórica grabación de Horowitz (1976) aún sigue mostrando que en realidad se trata de una de las partituras más enloquecidamente románticas de Schumann. Si en la "Fantasía" el monstruo de Kiev fascina por su lirismo más que por su precisión, aquí resplandece el virtuoso "trascendente", el del pianismo sulfuroso y telúrico llevado hasta el límite. Quien conozca la versión de Pollini del "Concert" y recuerde su terso ataque del Allegro brillante creerá estar ante otra partitura cuando escuche la dinamita que Horowitz lanza en esos primeros acordes. El pianista ucraniano no quiere "ordenar" ni suavizar la escritura de Schumann: con él los contrastes se acentúan, la narración deviene más delirante y más caótica hasta causar incluso inquietud en el oyente (escúchese el accelerando de la preparación de la coda en 7:17). Para la edición (1853) de la Sonata Schumann recuperó uno de los dos Scherzi que había contemplado incluir en el "Concert" (1836). En las variaciones sobre un Andantino de Clara Wieck las sombras se hacen temiblemente densas, aunque siempre aparece el claroscuro lírico. No se puede pedir más seriedad al "recitado" poético schumanniano que requiere esta música. Por último, un moto perpetuo de bravura y pasión desbordadas donde H. entusiasma por el vigor tremendo de su toque y la imposible velocidad de algunos momentos. Nuevamente Pollini resultará un tanto civilizado y pulido (5:43 y sucesivos) al lado de un pianista que siempre parecía tener reservas de energía que inyectar en un pasaje cuando ello ya no parecía posible.
Disfrutadlas.
15/6/10
Escuchas intempestivas: "Un ballo in maschera" (II), Bailes en el MET y La Scala

En 1957 no podía haberse imaginado otro reparto en Milán para "Un Ballo in maschera", aunque en realidad ya había pasado el mejor momento de la pareja protagonista. Ésta es la primera prevención que suscita Giuseppe di Stefano, por entonces ya en parábola descendente. El timbre conservaba parte de su atractivo en la franja central, pero el canto ya estaba limitado al rango mezzoforte y en la zona de pasaje la emisión se empañaba. "La rivedrà nell'estasi" se despacha con un fraseo más bien vulgar y en la cadencia dispara un sib penoso. En todo caso la partitura no le pone en grandes aprietos vocales hasta el cantabile "Ma se m'è forza perderti", donde desdeña la expresión íntima y aristocrática de la página y se entrega a un canto plano, siempre en voz plena y forzado. Hacen su aparición todos los vicios que pronto iban a convertirse en norma: los jadeos al final de las frases, los ataques a squarciagola y la enojosa dicción duplicada de las consonantes para dar énfasis ("Come sse ffossse l'ultima"). En definitiva el típico canto que intenta ser seductor por medio de una entrega superficial y previsible, pretendidamente "verosímil". Sigue desconcertando el éxito de estos modos entre el público y aun más que se perpetuaran en cantantes como Carreras, Domingo o el Pavarotti maduro. En esta línea aborda, es de suponer que desatado completamente, "Sì, rivederti Amelia" abriendo la emisión a más no poder para obtener el máximo volumen posible: la consecuencia lógica es que el sonido se desparrama, en"E nella tua beltà" se va hacia la garganta y finalmente los agudos son dignos de una exhibición de mal gusto en Sanremo. Cualquier parangón con Tucker - lleno de slancio pero siempre controlado - es sonrojante. En general la comparación con el americano mostrará además que di Stefano ignora numerosos signos de expresión; en la Barcarola basta escuchar el pasaje "staccato e leggerissimo", pulcramente respetado por el primero mientras el italiano no es ni ligero ni canta en staccato. En el caso de "É scherzo od è follia" la liberalidad de Pippo para medir las notas y los silencios ronda la desvergüenza y la licencia de la risa acaba por convertirse en remedo. Sin embargo se ha de reconocer que al comienzo de "Ah! Perchè qui" hay nobleza en el fraseo y que en la escena de la muerte se muestra contenido y atenúa la emisión de forma plausible (aunque la belleza seráfica de Björling ya no esté a su alcance). El intérprete seguía suscitando simpatía, pese a todo hay algo de inefablemente mediterráneo en su forma de cantar los melismas de la Barcarola y en los números cómicos tiene una chispa vedada al sueco. El problema es la falta de seriedad artística de quien se antepone al personaje, aunque su personalidad extrovertida se adapte al mismo en buena parte de la ópera, ofreciendo una visión parcial del mismo y por añadidura salpicada de momentos de mal canto.
En realidad se puede resumir diciendo que Tucker es un Riccardo aristocrático, un hombre racional en el que la pasión, como amor que hace sufrir, es un afecto del espíritu que se consigue domeñar mientras que di Stefano es un ser inmaduro arrastrado por su sensualidad. Esta contraposición entre lo romántico verdiano y lo verista es más clara evidentemente durante el dúo del segundo Acto. Di Stefano es moroso y sensual en "Non sai tu che se l'anima mia". Además del terciopelo del timbre en la franja central, explota esos ataques suyos con un pequeño efecto de suspiro. Sin embargo en "Quante volte dal cielo implorai, la pietà che tu chiedi da me" y el siguiente sib la emisión se descompone y de repente estamos ante la expresión visceral del Osaka de "Iris". Por su lado Tucker resulta más confesional con un sonido recogido, aunque levemente gutural, y emite esas frases perfectamente ligadas y con sendos reguladores tras los pasos por el la agudo. Si se sigue atentamente "La mia vita, l'universo..." se aprecia que di Stefano no respeta de la misma forma los signos de <>. En la primera exclamación "M'ami Amelia" ambos son convincentes. En Tucker hay además dos sonoros golpes de glotis en la más radical tradición pertiliana que suenan como una sacudida. Sin embargo la columna de aire se mantiene estable, más que en di Stefano, como demuestra el hecho de que aplica además un regulador forte-piano. Esta forma de pasar de la emisión plena a la recogida es la clave para que la fuerza expresiva de Verdi sea siempre señorial. A pesar de que el americano emite un sib más en regla, es difícil decidir quién es más arrebatador en el pasaje a piacere que culmina en "Estinto tutto" (fuori di sè indica Verdi). Ambos se muestran seguros en el descenso previo al do# ("...Nell mio seno"). Ninguno de los dos observa con rigor el "a mezzavoce dolcicissimo" con que debe atacarse "O qual soave brivido", pero Tucker es más distinguido y respeta mejor la inquieta escritura. Con el siciliano uno tiene la impresión de que Riccardo está en plena seducción de Amelia, cuando la situación es muy otra. En el clímax no parecen tener problemas con la espesa orquestación, pero di Stefano evidentemente fuerza más. En los últimos compases añade una puntatura de mal gusto (y deslucida) doblando el si agudo de la soprano. Mientras en el MET el dúo se cerró de forma algo insatisfactoria, con Milanov preparando su do y Tucker ateniéndose a lo escrito, en La Scala di Stefano acompañó a Callas meritoriamente. Incluso en la página donde di Stefano contaría con le ventaja de tener una voz y un temperamento más "amorosos", es el americano quien resulta más profundo.

Por su parte Simionato aún estaba en forma, aunque se percibe una especie de escalón, de momento ligero, entre el registro medio y el inferior. La voz suena fácil y timbradísima, especialmente en los agudos y según transcurre "Re dell'abisso" también los graves comienzan a adquirir más plenitud. La dicción nitidísima y la acentuación teatral de quien nació para cantar tienen la eficacia habitual en esta artista. La tesitura de contralto penaliza más a Jean Madeira, que fuerza un tanto el registro inferior, a veces abierto y hueco (el último "sospir" en "Della città all'ocaso" es más bien ventrílocuo)
Entre las dos sopranos que cantaron Óscar Eugenia Ratti tenía la voz más agradable, pero los tempi de Gavazzeni no tienen tanta frescura como los que Mitropoulos pone a disposición de Roberta Peters, que además es más precisa en las agilidades.
La dirección de Gavazzeni favorece durante toda la función tiempos lentos y sonoridades voluminosas y densas. Verdi pide en realidad texturas magras y más intensas que sonoras y esta concepción responde más bien a la influencia de las suntuosas orquestaciones veristas: el resultado es que en algunos pasajes se engulle a los cantantes más que acompañarlos. En cuanto a los tempi, la lentitud tiende a ablandar los ritmos, lo cual resulta perjudicial en músicas como el cancán y las danzas de la última escena. El concertante "Ve' se di notte" arranca con una premiosidad realmente desafortunada, perdiéndose completamente el nervioso efecto humorístico que resaltaban tan bien Panizza y Mitropoulos. La página no despega pese a la enérgica presencia de Callas y resulta injustificadamente solemne hasta la pesadez. Tiene, no obstante, detalles de verdadero director de voces como el rallentando involvidable del duettone. Es el griego Mitropulos quien parece comprender mejor el sonido y el fraseo verdianos y aunque hay unos pocos momentos en los que su dramatismo resulta un poco recargado (en la introducción de "Re dell'abisso") su brío implacable, la capacidad para pasar de lo serio a lo humorístico, la mezcla de flexibilidad cantable y ritmos vibrantes obran el milagro. Al gran concertador y motivador se debe también conceder mérito en la actuación de Tucker y en la agudeza de Moscona y los conspiradores en sus intervenciones. Sólo se puede lamentar que la obstinación de Rudolph Bing retrasara la llegada de Callas al MET, privándonos de que se hubiera materializado una colaboración entre los dos monstruos griegos.
Riccardo: Giuseppe Di Stefano
Amelia: Maria Callas.
Renato: Ettore Bastianini
Ulrica: Giulietta Simionato
Oscar: Eugenia Ratti
Silvano: Giuseppe Moresi
Samuel: Antonio Cassinelli
Tom: Marco Stefanoni
Orchestra e Coro della Scala di Milano, 07.12.1957
Gianandrea Gavazzeni
Amelia..................Zinka Milanov
Riccardo................Richard Tucker
Renato..................Josef Metternich
Ulrica..................Jean Madeira
Oscar...................Roberta Peters
Samuel..................Nicola Moscona
Tom.....................Norman Scott
Silvano.................Calvin Marsh
Judge...................James McCracken
Servant.................Charles Anthony
Orchestra and Chorus of the MET
Dimitri Mitropoulos
http://www.todoperaweb.com.ar/musica_256.html
3/6/10
Murió Giuseppe Taddei

Recordamos a Giuseppe Taddei en un registro insólitamente interiorizado de "Nemico della patria". Un vídeo muy recomendable además por la valiosa (y emocionante) información que proporciona quien lo subió a Youtube.